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El Rey de Nápoles rompe las hostilidades contra la Francia.

Este lenguaje manifestaba que la próxima destrucción de la Monarquía de las Dos Sicilias se tenía por cierta en París, llegado que fuese el caso de romperse la guerra contra el Emperador de Alemania. Digo llegado este caso, porque á pesar de los denuestos de las Gacetas francesas y de sus furibundas declamaciones contra los napolitanos, el Directorio no pensaba empeñarse en la guerra ni acometerlos has!a no ver el resultado de las negociaciones con el Austria, en lo cual obraba con cordura. Pero el Gabinete del Rey Fernando IV, no tan mirado como el Directorio, abrió de repente la campaña, sin aguardar á que los imperiales se moviesen y llamasen hacia ellos la atención de los ejércitos republicanos desparramados en Italia. Las divisiones napolitanas se pusieron en marcha contra los franceses que guarnecían los Estados de la nueva República romana.

¿Por qué no aguardó el Gabinete de Nápoles à ser sostenido por los ejércitos imperiales? ¿Cómo fué que se determinase á acometer á los franceses antes de que, aquéllos hubiesen amenazado su flanco? Varios fueron los motivos que le decidieron á obrar así. Los insultos de la República romana contra el Rey y la Reina de Nápoles; los reconocimientos que se practicaban de orden del Gobierno romano en las fronteras de Nápoles para señalar los puntos vulnerables de ellas; la llegada á Roma del General Championnet, que era uno de los revolucionarios más ardientes, todos estos antecedentes no dejaban duda ninguna de que se medi

taba una agresión. A la verdad, el momento de realizarla no estaba determinado todavía ni era quizá inminente, porque el Directorio no quería entrar en guerra con el Emperador, y, por otra parte, no conseguía tampoco la neutralidad de la Prusia. Era, pues, claro su designio de ganar tiempo para dar el golpe con seguridad. El estado del ejército francés en Roma no era tal que pudiese inspirar grandes temores por entonces: su número no era considerable; se hallaba también mal provisto de artillería, ya por los suministros de esta arma hechos para la expedición de Egipto, y ya por el ansia de dinero que tenían los empleados en la Hacienda pública, los cuales vendieron casi todas las piezas de artillería que había en Roma. Las tropas estaban mal vestidas y peor pagadas; su mantenimiento no era tampoco abundante. A estos motivos de acelerar el rompimiento se añadía que Nápoles no tenía recursos para conservar en pie por largo tiempo un ejército tan considerable como el que acababa de levantar, y que permanecer en inacción era arruinarse. El ejército napolitano ascendía á 120.000 hombres, y aunque su organización fuese defectuosa, así por haberse llenado los cuadros de los regimientos con reclutas bisoños, como por carecer de buenos Oficiales, se esperaba que el entusiasmo podría suplir á la disciplina. Puestos todos los motivos en la balanza, se inclinaba ésta en favor de las hostilidades. En tal estado se hallaban las cosas en Nápoles, cuando llegó Nelson del bloqueo de Malta con dos navíos de línea y 150 franceses de que se había apoderado en la toma de la isla de Gozzo. Su arribo enardeció los ánimos, y el Rey anunció de oficio que iba á partir para ponerse á la cabeza de sus tropas. El Emperador no había movido todavía sus ejércitos,

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mas no era dudoso que los movería dentro de muy breve tiempo.

Tratado entre Nápoles é Inglaterra.

Por lo que hace á Inglaterra, el Marqués de Gallo y el caballero Hamilton firmaron el 1.° de Diciembre en Nápoles un Tratado. Por él se obligaba el Rey de la Gran Bretaña á mantener en el Mediterráneo fuerzas navales superiores á las del enemigo, y el Rey de las Dos Sicilias á contribuir por su parte á este armamento con un contingente y á cesar todo comercio con los franceses. Un día antes se ajustó otro Tratado en Petersburgo con el Emperador de Rusia por el Duque de Serra Capriola, Embajador de S. M. Siciliana. Además de las escuadras rusa y otomana que tenían orden de entrar en el Mediterráneo, Pablo I prometía enviar un socorro de tropas de tierra, compuesto de nueve batallones de infantería, con la artillería correspondiente y 200 cosacos.

Mack penetra en el territorio de la República romana á la cabeza de 40.000 napolitanos.

Mack penetró en el territorio de la República romana con 40.000 hombres. A su entrada había precedido la publicación de un manifiesto del Rey de Nápoles. Una división napolitana fué conducida á Liorna por mar en los navíos de Lord Nelson, y en virtud de un convenio con las autoridades toscanas tomó posesión de la ciudad. El General Championnet, que acababa de encargarse del mando del ejército republica

no en el Mediodía de la Italia, vió que no le era posible mantenerse en Roma con sus pocas fuerzas, las cuales no pasaban de 16.000 hombres. Así, pues, dejando abastecido el castillo de Sant Angelo, salió de Roma habiendo prometido antes al Comandante que quedó en él que antes de treinta días estaría de vuelta en aquella capital, triunfante de sus enemigos. Partió, pues, de Roma y dejó la entrada libre al Rey de Nápoles. Las instrucciones comunicadas por el Directorio á Championnet le prescribían que en caso de ser acometido por las armas napolitanas, se retirase á los confines de la República cisalpina, en donde se apoyaría en el ejército principal, que mandaba el General Joubert; pero Championnet, creyendo ver timidez en estas precauciones y quizá también mengua y deshonor para sus tropas, se contentó con salir de Roma acompañado de los Comisarios franceses, del Senado, de los Cónsules, del Tribunal romano y de toda la demás comparsa democrática, en la que había también jóvenes que pertenecían á familias distinguidas de Roma, entre ellos los Príncipes Borghese y Santa Croce, y siguió su retirada hasta las montañas. Allí dejó un puesto avanzado para observar á la vez el camino antiguo que va desde Roma á Civita Castellana y el que lleva á Milán, y se situó con el grueso de sus batallones detrás de Civita Castellana, cuyo fuerte hizo ocupar. Fortificó también el puente de Borghesto sobre el Tíber. El General Lemoine se estableció en Rieli y el Cuartel general en Terni.

Entrada del ejército napolitano en Roma.

Retirado el ejército francés de Roma, Mack condujo allí en triunfo al Rey de Nápoles el día 29 de No

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viembre. Al día siguiente, este Soberano recibió en su Palacio Farnesio los homenajes de los grandes Prelados y de las diferentes Corporaciones de la ciudad. El populacho, nada afecto á los comediantes, que con sólo haberse revestido las togas de los antiguos Cónsules romanos pretendían estar adornados de sus virtudes civiles, corrió por todas partes destruyendo las armas de la nueva República, arrancando los árboles de la libertad y poniendo en su lugar cruces expiatorias. La plebe atropelló á los judíos: de ellos hubo algunos que fueron muertos y arrojados al Tíber. En una palabra, la entrada del Rey de las Dos Sicilias en Roma fué la señal de una reacción espantosa. El Monarca triunfador creó allí un Gobierno provisional, y escribió al Papa, que á la sazón se hallaba en la Cartuja de Florencia, para que viniera á sentarse en su trono pontificio, por más que le constase que Pío VI no estaba en libertad. Fué de muy corta duración este uso de la autoridad soberana, porque el ejército que había de mantener al Rey en Roma comenzó al punto á sufrir descalabros y se vió obligado á encerrarse otra vez en el territorio napolitano.

Reveses de los napolitanos.-Rendición del General Moeick en
Otricoli.-Entrada de los franceses en Roma.-Proclama de
Rey de Nápoles á sus vasallos.-Partida de la Familia Real de
Nápoles para Sicilia.

Mack había creído que los franceses, sobrecogidos con la invasión de los napolitanos, no se detendrían en su retirada hasta llegar á la alta Italia; así, en vez de perseguirles, perdió cuatro días en varias intimaciones al castillo de Sant Angelo. Sabedor, por fin,

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