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60 millones, decía, era por el modo con que se administraban (1).

Encargábase el clero de la administración de los Vales Reales por las oficinas y empleados bajo sus órdenes. Para pagar los intereses y verificar sucesivamente la amortización, se le dejaban todas las contribuciones que pagaba (2), y además las rentas de correos, Cruzada, etc. Al intento se establecería en Madrid una Junta de seis prebendados, á cargo de la cual corriese la dirección de todas las operaciones.

Como D. Juan Antonio Llorente fuese redactor del plan, se pondrá aquí lo que dice acerca de haberse frustrado su ejecución:

«D. Miguel Cayetano Soler, Ministro de Hacienda, quedó tan contento del plan, que me mandó imprimir 3.000 ejemplares para repartir entre los Ministerios de España, Embajadores, Plenipotenciarios y Cónsules de las Potencias extranjeras en Madrid, con el objeto de

(1) Noticia biográfica de D. Juan Antonio Llorente, escrita por él mismo.

(2) Las contribuciones que pagaba el clero de España, sin contar el de Indias, eran las siguientes:

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que corriese la voz y comenzasen los vales á recobrar el crédito. A la verdad, el solo rumor de que S. M. aprobaba el plan eclesiástico, bastó para que los descuentos bajasen un 13 por 100 en pocos días; pero yo hice entender al Ministro que no convenía esa publicación mientras que todos los Arzobispos y Obispos, y los Cabildos de iglesias Metropolitanas y Catedrales, no enviasen su adhesión al plan, pues la Junta carecía de autoridad para suplir el consentimiento de los que habían de hacer sacrificios personales y pecuniarios.

>Imprimí pocos más que los precisos para la comunicación, y conociendo yo en qué puntos debía eslar el obstáculo para el consentimiento, dispuse una carta-circular impresa y otra manuscrita reservada, diciendo en aquélla las razones públicas y en ésta las ocultas que debían mover los ánimos al asenso: la impresa fué aprobada en conjunto; la reservada lo fué por todos los individuos sin congregarse, y, con efecto, tuvimos la satisfacción que todos los Prelados y Cabildos accediesen, aunque muchos con grande repugnancia, según cartas que nos escribían por separado.

>El Ministro se lisonjeaba de la Real aprobación y de un éxito feliz; pero no sucedía lo mismo á los miembros de la Junta, que, por estar menos elevados, estábamos infinitamente más instruídos de los enredos que se cruzaban sin intervención del Ministro para impedir por conducto más poderoso la ejecución del plan. Era una de sus circunstancias confiar al clero la administración de todas las rentas decimales pertenecientes al Rey, para que fuesen administradas sin separación material de la parte de diezmos correspondiente al clero, porque sólo así podía contarse con el verdadero valor, que era más que doble y casi triple de lo que resultaba llegar á la Real Tesorería. Este

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artículo del plan debía privar de grandes intereses ȧ la Compañía de los cinco gremios mayores y á otros que se enriquecían administrando ó arrendando los diezmos de tercias reales, los de la casa mayor parroquial, los de maestrazgos, encomiendas, patronatos y vacantes. En efecto, ellos arribaron (por medios cuya explicación no considero conveniente) á que se comunicase á la Junta una Real orden, en que se decía que S. M. no podía ceder las rentas decimales para la extinción de Vales Reales, porque las necesitaba para otras urgencias. El plan quedó sin efecto, y el valor de los vales decayó notablemente, á pesar de la Real cédula que mandó, bajo graves penas, recibirlos por la suma que sonaban, como si fuese moneda metálica, pues la opinión pública siempre ha tenido en estos puntos más poder que los Reyes (1).»

La relación de Llorente tiene todas las apariencias de verdadera. D. Manuel Godoy, á quien no parece tal, llama inconsiderada la aserción de Llorente relativa á los manejos que hubo para impedir la ejecución del proyecto. El lector juzgará. Muy recomendable es el testimonio de un sujeto veraz, candoroso y comedido cual era Llorente, quien, por otra parte, estuvo en situación de saber lo que pasó; por el contrario, la denegación de D. Manuel Godoy no inspira confianza, pues se ve en las Memorias que llevan su nombre que se falta en ellas con frecuencia á la verdad. Sobre este asunto mismo dice tales cosas, que parecen más bien escritas de un país extranjero que de España. «Si se hubiera puesto la suerte del reino, dice, en manos del clero, ¿no habría tenido éste ten

(1) Noticia biográfica de D. Juan Antonio Llorente. escrita por él mismo, págs. 99 y siguientes.

tación de sujetar al Gobierno, de esclavizarle á su antojo en los negocios políticos, así del interior como del exterior? (1).» Dejando aparte que no había por qué convocar la Junta eclesiástica de Vales Reales si se tenía este temor, y que el hecho de la convocación le desmiente, los que hemos vivido en aquel tiempo sabemos que, entre los Obispos de todas las iglesias de Europa, se señalaban los Prelados españoles por sus ejemplares virtudes y generoso desprendimiento, y que lejos de mezclarse en negocios temporales, obedecían al Rey con profunda lealtad, sin hacer valer su obediencia. Escándalos había en el reino que todos lamentaban, cuyas funestas consecuencias eran fáciles de prever, y por no causar dolor al Soberano, que no los sabía ó los toleraba, los lloraba en secreto, sufriéndolos con resignación quizá excesiva, pues en remediar estos males iba el bien futuro del Rey y del reino. Y podía temerse que Prelados tan virtuosos quisiesen dar la ley al Monarca y entrometerse en cl gobierno de sus Estados? No. El soborno que Llorente deja entrever, y no el temor que se tuviese al clero, sería ciertamente lo que impidiese la ejecución de un proyecto ventajoso al país. Es de notoriedad que había entonces en Madrid una Casa de contratación en la que se vendían honores, empleos y por la cual era fácil conseguir toda especie de decretos Reales. Llorente no creyó oportuno nombrar esta Casa por motivos que honran su carácter (2).

(1) Memorias de D. Manuel Godoy, tomo II, pág. 240.

(2) La amortización de los Vales Reales la hubiera logrado el clero infaliblemente, sin otro talisman ni bechicería más que aplicar á las rentas decimales de la Corona el orden con que administraba las suyas. A la dispendiosa percepción del Ministro de Hacienda habría sustituído el método sencillo de recaudación practicado por sus honrados

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El desorden en la administración de la Hacienda pública producía males tanto más graves, cuanto que el furor de la guerra no se aplacaba, y en vez de disminuir los gastos, había necesidad de aumentarlos. La invasión que los franceses acababan de hacer en Egipto era obstáculo nuevo y poderoso para llegar á la conclusión de la paz, porque la Gran Bretaña no podía consentir que este país fuese dominado por ellos sin exponerse á resultas muy perniciosas para su comercio. Así, pues, el Gabinete de Saint-James no dejó piedra por mover para suscitar á la Francia nuevos enemigos. A la verdad, las negociaciones para la paz del Imperio germánico continuaban en Rastadt, aun después que Bonaparte hubo partido para Egipto con la expedición de su mando; mas los Plenipotenciarios que componían el Congreso no arribaban al ajuste de un Tratado definitivo. El Austria y la Prusia, siempre en acecho la una de la otra, vivían recíprocamente temerosas de que su rival se engrandeciese con perjuicio suyo. En el Tratado mismo de Campoformio se hallaba un estorbo casi insuperable para la paz, porque determinaba por uno de sus artículos que el Rhin sirviese á la Francia de límite, y que se diesen al Emperador resarcimientos que compensasen las pérdidas sufridas por él en los Países Bajos y en Italia. ¿Cómo se darían estas compensaciones al Emperador? No era posible desmembrar la Baviera ni Salzburgo sin ocasionar trastornos en el Imperio. Además, la Prusia estaba resuelta á no permitir que la Casa de Austria se engrandeciese todavía

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administradores. En los Cabildos de las iglesias Catedrales habría ha-
bido además sujetos inteligentes y prácticos, capaces de dirigir bien
esta administración.

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