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porque careceríamos de medios para reparar la escuadra y hacernos prontamente otra vez al mar, y ellos, aun vencidos, tuvieran arbitrio de reparar al punto sus pérdidas.

Hay más. Si franceses y españoles nos presentásemos unidos en el Mediterráneo, tuviéramos por confrarios á rusos y turcos. Ambos nos declararían la guerra; y aunque nosotros no tengamos nada que temer de los primeros, el rompimiento con la Puerta Otomana nos acarrearía muchos males. Las Regencias de Africa seguirían el impulso de Constantinopla, y de amigas que son ahora del Rey de España, pasarían á ser contrarias; y enemigos, por decirlo así, domésticos, ni respetarían en lo sucesivo los buenos oficios que hacemos en la actualidad en favor de los franceses. Por último, todos saben que con semejantes gentes hay mucho que perder y muy poco que ganar. Los ingleses, que son tan avisados en sus cosas, sacarían provecho de nuestras fallas y atizarían el fuego de la discordia por todas partes de Africa y de Levante, dando á los bárbaros cuantos socorros les fuesen necesarios para hacernos mal.

El Ministro terminaba su carta diciendo: «No obstante esta perspectiva, que nada tiene de grata en verdad, el Rey, aliado fiel de la República, no se apartará de los designios de la Francia y deja á su libre disposición el destino de la escuadra del Ferrol, que llegará á Rochefort de un instante á otro, pues su detención no ha consistido más que en los vientos contrarios.>

Salida de Brest de la escuadra francesa al mando del Almirante Bruix.

En el mismo día en que el Teniente general de Marina, Melgarejo, dió la vela del Ferrol (26 de Abril), salió también de Brest la escuadra francesa al mando del Almirante Bruix. El 7 de Mayo se presentó delante de Cartagena, y el 13 entró en el puerto de Tolón. Un fuerte temporal impidió á esta armada lentar su reunión con el General Mazarredo, que estaba en Cádiz. Túvose pesadumbre en Madrid de que no se hubiesen juntado las dos escuadras aliadas, pues se esperaba candorosamente, y sin dudar de la buena fe del Directorio, que hubiesen podido favorecer un desembarco en Menorca. Según el parecer de los marinos, el Almirante francés hubiera podido acercarse á Cádiz, por más que se hubiera opuesto el enemigo, y reunidos los 25 navíos de su escuadra con los 17 españoles que estaban prontos á dar la vela al punto que se supiese su proximidad, se hubiera visto en aprieto la escuadra inglesa que bloqueaba el puerto. Pero habiendo los franceses embocado el estrecho y pasado al Mediterráneo, el enemigo maniobró inmediatamente en su seguimiento. Mazarredo no perdió entonces instante para ponerse á la vela con la escuadra de su mando, creyendo acertado cruzar á la boca del estrecho é interceptar cualesquier navíos que viniesen á pasarle para reforzar al Almirante inglés. Reinaba en la escuadra española el mayor entusiasmo, por haberse concebido esperanzas fundadas de un crucero feliz. La llegada del pliego de la Corte en la noche del 13 de Mayo de 1799, de que hemos hablado, estando ya la escuadra fuera del puerto, trastor

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nó el bien meditado plan de Mazarredo. El Gobierno le mandaba dirigirse también al Mediterráneo. No tardaron en llegar dos divisiones inglesas procedentes de Inglaterra, una de cinco navíos y otra de nucve, las cuales probablemente hubieran caído en nuestro poder, habiéndose mantenido nuestros navíos cerca del estrecho.

El Rey manda al General Mazarredo que salga de Cádiz con su escuadra para recobrar á Mahón. Una fuerte tempestad le obliga á entrar en el puerto de Cartagena.

El Rey, que no perdía de vista el recobro de Mahón, frustrada ya la reunión de las escuadras, mandó al General Mazarredo que, estando todo preparado para el desembarco en Menorca y no faltando sino la fuerza de mar que la facilitase, verificara la salida de Cádiz con la escuadra de su mando; que huyese de entrar en combate contra los ingleses, y que se dirigiese por Cartagena, Alicante, Barcelona y Mallorca para recoger cuantas tropas, pertrechos y víveres hubiese en aquellos parajes, y sacar de manos del enemigo aquel puerto tan interesante.

Mazarredo salió de Cádiz el 13 de Mayo, embocó el estrecho y siguió su derrota; pero en el día 16 sufrió una tempestad horrible que causó muchos daños en sus navíos, y le obligó á entrar en el puerto de Cartagena para repararlos. La gravedad de los daños padecidos fué tan grande, que no se creyó posible salir al mar antes de pasados cuarenta días.

Los buques armados en el departamento de Cádiz y que debían salir al mando del Teniente general D. José de Mazarredo, fueron los siguientes:

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El Rey pide que la escuadra de Melgarejo vuelva á los puertos de Galicia.-El Directorio se ofende de las desconfianzas del Rey de España.

Cuando, por la salida de la escuadra francesa de Brest y por su arribo á Tolón, se creyó que el pensa

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miento primero de la expedición contra Irlanda se hallaba abandonado, pidió el Rey que la escuadra de Melgarejo regresase desde Rochefort al Ferrol ú otro puerto de España, fundándose en que si la armada de Mazarredo, unida con la francesa, se alejaba de las costas, no quedaban navíos para defenderlas. Además, las tropas que habían transportado los navíos del Ferrol podrían ser necesarias, y en todo caso eran en Francia inútiles del todo. Con el fin de eludir el cumplimiento de lo que el Rey pedía, prometieron los franceses armar otros navíos en Brest, los cuales, juntos con los españoles de Rochefort y una escuadra holandesa de 18 navíos, bastasen para ejecutar el desembarco proyectado. Era sabido que había imposibilidad absoluta de preparar un armamento considerable en Brest; y no cabiendo ilusión ninguna acerca de ello, se volvió á insistir en la vuelta de la escuadra de Melgarejo. Grande fué el enojo del Directorio á vista de la instancia. Llegó á tal punto, que Azara temió un rompimiento y expidió un correo á Madrid, dando cuenta de la mala disposición de los Directores. «Son capaces, decía, de dejarse arrastrar á cualquiera violencia. Podrán, por ejemplo, no permitirme expedir correo á Rochefort, y quizá impedirán que salgan los españoles que están allí. En suma, podrán hacer algún acto que embrolle á las dos naciones y que tenga las consecuencias más desagradables.» De este modo entiende el fuerte su alianza con el débil. España debía entregar para el servicio de la República cuantos buques tuviese, sin que se le comunicase siquiera el destino que se pensaba darles, y, sobre todo, sin que le quedasen medios de atender á su propia defensa.

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