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Sin los trabajosos padecimientos que los franceses ocasionaron á Pío VI en los últimos años, es probable que hubiera sido desmentido el famoso vaticinio.

Algunos miembros del Consejo municipal ó Ayuntamiento fueron de parecer que se consumiese el cadáver con cal viva y que se guardasen sus cenizas; pero D. Pedro Labrador pudo conseguir que se suspendiese la operación hasta que el Directorio diese sus órdenes sobre el particular. Por disposición de éste, el cuerpo fué después embalsamado y depositado con sus ornamentos papales en el cementerio común: el corazón y las entrañas fueron puestos en una urna particular. Para prevenir los inconvenientes de la inhumación, fabricóse una bóveda de cal y canto, y se cerró la puerta de ella con una pared, si bien quedó señalado el lugar para poder hallarla cuando fuese necesario. Los de la comitiva del Papa difunto hubieran preferido llevar el cuerpo del Papa á Roma; pero Azara, á quien insinuaron este pensamiento, fué de parecer que no convenía hacerlo por varias consideraciones, fundadas en el estado de Italia, á las cuales se añadían también los crecidos gastos que la traslación debería ocasionar si se hacía con el aparato correspondiente. Azara sabía que por necesidad el Rey de España debería encargarse de ellos. Esto no obstante, hizo presente el deseo de los Prelados romanos al Directorio, que no accedió á su realización. Cuando Bonaparte fué nombrado primer Cónsul de la República francesa, conoció que era urgente reparar los escándalos del Gobierno anterior, y entre ellos el que ocasionó la persecución de Pío VI, para reconciliar así los ánimos de los fieles con las reformas políticas hechas en Francia. El 30 de Noviembre, pocos días después de su instalación en el Consulado, mandó que

se hiciesen las exequias del anciano y venerable Pontífice, cuyas virtudes eran merecedoras de respeto, puesto que si había sido por un instante enemigo de la Francia, la causa de ello, decía, fueron sus Consejeros. El Cónsul añadía que era muy propio de la nación francesa y del carácter humano de sus habitantes tributar homenajes al que había ocupado en el mundo uno de los primeros puestos. En 1801, concluído ya el Concordato con Pío VII, los restos de su predecesor fueron trasladados à la Basílica de San Pedro de Roma, conforme á lo dispuesto en su testamento.

La vida del Papa Pío VI fué agitada por incesantes. tribulaciones. Desde los primeros años de su Pontificado hubo de entrar en una contienda viva y sostenida con los adversarios de las prerrogativas de la Curia Romana. Mucho antes de que apareciese el meteoro de la Revolución francesa que ocasionó devastaciones tan terribles, se halló ya fuertemente acometida la Autoridad pontificia por aquellos mismos Soberanos católicos que hasta entonces se habían mostrado sumisos y obedientes á ella. Ni Febronio (1) ni Scipión de Ricci (2) hubieran alarmado á la Iglesia de Roma á no haber hallado sus doctrinas protección decidida en los Monarcas. El Gran Duque de Toscana y José II, Emperador de Alemania, declararon que estaban resuellos á recobrar los derechos de su soberanía. Hasta el Rey de Nápoles proclamó abiertamente su emancipación y se negó á pagar á la Santa Sede el feudo acos

(4) Publicó en Alemania en 1763 un Tratado con este título: De stalu presenti ecclesiæ et legitima potestate Romani Pontificis. El nombre de Justianus Febronius era supuesto; el verdadero fué J. N. Hontheim, Obispo de Myriophite, in partibus infidelium. Al fin retractó sus errores. (2) Obispo de Pistoya.

tumbrado. Otros Soberanos se resistieron también á las pretensiones de la Corte de Roma, ó le pidieron con imperio que sancionase sus determinaciones. Por manera que Pío VI tuvo que hacer esfuerzos continuos para apuntalar y sostener una autoridad minada ya y que amenazaba ruína por todas partes. Para detener, si era posible, el espíritu de reforma eclesiástica de que estaba animado el Emperador, Pío VI emprendió el viaje de Viena, que no tuvo grandes resultados.

En los últimos años del Pontificado de Pío VI crecieron sus aflicciones y padecimientos. Otros Papas habrá habido cuya historia excite mayor admiración que la de este Pontífice; ninguno que inspire respeto más profundo ni más tierno interés que Pío VI. Su sucesor Pío VII, desterrado de Roma y recluso por haberse resistido con verdadera fortaleza á sancionar la usurpación de los Estados de la Iglesia por el Emperador Napoleón, parecerá acaso más grande y magnánimo; pero ciertamente no fué ni más solícito que Pío VI por la defensa de sus derechos, ni más injustamente perseguido que él por este motivo. Pío VII estaba en la flor de su edad, en la época de la vida en que se goza de mayor entereza de ánimo; su antecesor se hallaba ya agobiado con el peso de los años, cuando vió venir sobre la tiara la más dura de las persecuciones al cabo de una vida sobradamente trabajosa. A Pío VII le fué dado sobrevivir á la borrasca, y alcanzó tiempos en que, restablecido el orden, volvían los espíritus á las creencias y costumbres religiosas. Pío VI atravesó lo más recio de la tormenta suscitada por el fanatismo de la incredulidad, y pereció al fin arrebatado por tan furioso torbellino. A Pío VII, por más que no lograse vencer la voluntad del Emperador Napoleón, le fué concedido al menos,

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merced á los sucesos que preparó la Providencia, ver á su opresor depuesto de la autoridad suprema. Pío VII pudo volverse á sentar otra vez gloriosamente en el trono pontificio. Por el contrario, Pío VI murió víctima del odio de sus perseguidores, cierto á la verdad de que triunfaría la causa de la religión, pero sin entrever todavía el tiempo en que hubiesen de cesar las tribulaciones de la Iglesia.

Como Soberano temporal, la política de Pío VI hubiera podido seguir otra dirección más acertada, si bien no le fué ciertamente fácil ni prever ni impedir los sucesos extraordinarios que comprometieron la suerte de Italia y particularmente de Roma. Para juzgar la conducta política de Pío VI, se ha de tener presente la antipatía que manifestaron generalmente los pueblos del Mediodía de Italia á las máximas de la Revolución francesa. Peligroso hubiera sido, aun para cualquier otro Gobierno al que no incumbiese especialmente el mantenimiento de las creencias religiosas, imponer silencio á las pasiones populares encendidas contra los revolucionarios franceses y obrar en manera contraria á ellas. Al Soberano, que era al mismo tiempo Cabeza de la Iglesia católica, le quedaba, por otra parte, poquísima libertad de entenderse con los que hicieron alarde de irreligión por largo tiempo en Francia. ¿Qué transacción podía haber entre el Sumo Pontífice y los fanáticos que intentaban acabar con todos los cultos, y señaladamente con el católico? Bien claramente hicieron ver los Gobiernos que nacieron de la Revolución francesa el cinismo de su incredulidad. ¿Con cuánto furor no trabajaron por destruir el Papado? Y en tal situación, aconsejaba por ventura el decoro de la Silla pontificia someterse bajamente á las órdenes imperiosas de tales enemigos?

Decimos esto, no tanto para justificar á Pío VI, como para excusar y atenuar las faltas en que haya podido incurrir. Su carácter personal no estaba exento de defectos. Era obstinado cuando veía lejos el peligro, y temeroso y débil cuando el riesgo se asomaba; disposición de ánimo nada propicia para tomar resoluciones acertadas. Ya hemos visto cómo Azara se lamenlaba de los romanos y de la línea de conducta que seguía el Papa por las opiniones ó afectos dominantes entre ellos.

Pío VI fué protector de las artes: Roma ostenta varios establecimientos de este género que fueron obra suya. Es de sentir que esta noble pasión del Pontífice estuviese acompañada del pueril empeño de que quedase grabado su nombre en los más pequeños trabajos artísticos debidos á su celo. Pasquín no dejó de satirizar tal manía, como lo hizo muy felizmente censurando las ambiciosas pretensiones que el Papa mostraba tener en su escudo de armas. A los dos vientos. en que consistían solamente las armas de su familia, Pio VI añadió el águila, flores de lis y estrellas. El agudo y malicioso anónimo criticó este aumento del blasón papal por el siguiente dístico:

REDDE AQUILAM IMPERIO, FRANCORUM LILIA REGI,
SYDERA REDDE POLO; CETERA BRASCHE TUA.

Variaciones ocurridas en España en materia de Autoridad eclesiástica después del fallecimiento de Pío VI.

La muerte de Pio VI trajo una variación esencial para España en materia de Autoridad eclesiástica. Por un decreto del Rey se mandó que los Obispos dio

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