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y contramarchas del General ruso: baste decir que forzó todos los puestos que defendían la entrada de Suiza, y que vencedor de los muchos obstáculos que le opusieron la naturaleza, el arte y los soldados enemigos, amenazaba ya muy de cerca el costado derecho del ejército francés, cuando supo con indignación los reveses de Korsakoff y su retirada. Con todo, no pensando que el mal fuese tan grande como realmente era, mandó á Korsakoff que hiciese alto y que volviese al combate, asegurándole que él estaba victorioso por su parte, y que así le respondería con su cabeza si continuase en su movimiento de relirada. Korsakoff obe-deció á su General en Jefe; y aunque su ejército se hallase en mal estado, acometió á los franceses en Diesenhofen, en donde le faltó poco para alcanzar seña— ladas ventajas, sostenido por el Cuerpo del Príncipe de Condé: un refuerzo de tropas frescas, enviado por Massena, le arrebató la victoria. Viéndose obligado á retirarse de nuevo, fué ya imposible la unión de los dos Cuerpos rusos, tanto más, cuanto Massena marchó en persona contra Souwarow, cuyo ejército no pasaba de 10 á 11.000 hombres. Varios fueron los ardides de que se valió el General francés para sacar á Souwarow de los desfiladeros, pues no osaba acometerle en ellos. El Moscovita, que tenía fama de arrojado, y nunca dejó hasta entonces de ir en busca de su enemigo, por la primera vez se vió obligado á retirarse. Es justo decir que supo burlar con pocas fuerzas los conatos del General francés, que era por cierto bizarro y experimentado, y que los rusos contuvieron también á su ejército, victorioso y entusiasmado.

Después de estos sucesos, Souwarow cerró los oídos á los ruegos del Archiduque Carlos para que volviese á entrar en la línea de operaciones. Reunido con el

Cuerpo mandado por Korsakoff, se retiró á Baviera á esperar órdenes de su Gobierno, á quien se quejó sin razón de haber sido vendido por los austriacos. Al cabo de algún tiempo se puso en campaña para volver á Rusia con 30.000 hombres, único resto de 80.000 que pelearon en Suiza é Italia. Así acabó esta campaña, abierta con tan favorables auspicios. Á la verdad, desde el principio de ella se notó ya que el Emperador Pablo, no teniendo más fin que levantar el trono de Francia y arrebatar á las facciones de este país el poder que habían usurpado, caminaba derechamente á realizarle, y que el Austria, por el contrario, con la vis'a siempre fija, no tan solamente en la conservación de sus Estados de Italia, sino también en su mayor engrandecimiento, obraba en la coalición conforme á eslas ideas. La diferencia entre el carácter de los moscovitas y el de los austriacos fué también grande estorbo para el buen acuerdo entre los Generales de ambos ejércitos. Ofendíanse los alemanes de la vanidad de los rusos y de sus baladronadas, que por lo común indicaban desprecio de sus aliados. ¡Cómo llevar con paciencia la jaclanciosa insolencia del General Korsakoff, que á los consejos del Archiduque Carlos sobre el modo de colocar algunos puestos á su llegada à Suiza, contestaba: Se me dice que coloque aquí un batallón: está bien; pondré una compañía.-He dicho un batallón (replicó el Archiduque). - Lo entiendo: un batallón austriaco ó una compañía rusa!-Con la misma altanería procedían en todas sus relaciones en materia de servicio. El orgullo de Souwarow era extraordinario. Habiéndose rogado al Archiduque que asistiese á un Consejo de Guerra celebrado en Donaneschingen, después de la retirada de los rusos, tuvo el alrevimiento de decir al hermano mismo del Empera

dor de Alemania estas palabras, que parecen increíbles: Soy Feld Mariscal de un ejército imperial, como usted. Usted es mozo y yo soy viejo. A usted toca venir á buscarme.-Fuera nunca acabar referir otros muchos hechos, sucedidos antes de los reveses, que prueban la descocada presunción de los rusos. Aun cuando no hubiese habido diversidad de intereses en ambas naciones, esta causa sola habría bastado para romper al fin la buena inteligencia entre los Generales, y para paralizar ó frustrar del todo los planes mejor combinados contra el enemigo común.

Desembarco de un ejército en Holanda á las órdenes
del Duque de York.

En el tiempo mismo en que la fortuna se mostró tan adversa á los aliados en las montañas de Suiza, se desgració también completamente la expedición que los ingleses y rusos enviaron contra Holanda. Veinte mil hombres de buenas tropas inglesas, al mando de los Generales Albercombrie, Denidas y Pultney, y de 15 á 20.000 rusos, gobernados por Herman, Essen y Emme, desembarcaron delante de Helder, acaudillados unos y otros por el Duque de York. El ejército estaba abundantemente provisto de municiones de boca y guerra. Para el logro de la empresa se contaba también con el crecido número de partidarios que tenía la casa de Orange, los cuales estaban prontos á declararse en favor del Príncipe de este nombre, al punto que fuerzas militares de consideración se presentasen para apoyarlos. La resistencia del enemigo no podía al parecer contrarrestar á la fuerza del ejército anglo-ruso. En virtud del Tratado de 1795, la República bátava ha

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bía levantado dos Cuerpos de ejército, ó sean dos Divisiones, cada una de 10.000 hombres. El Directorio estaba obligado por su parte a dar 24.000 hombres, cuya manutención correría por cuenta de Holanda; mas hubo negligencia en cuanto al cumplimiento de esta estipulación, puesto que los franceses no tenían entonces en Holanda más de 10 á 12.000 hombres, fuerza desigual é insuficiente, ya para resistir á los enemigos exteriores, y ya también para contener los levantamientos que eran de temer por parte de los holandeses mismos. Así fué que, aun habiendo hecho grandes esfuerzos, no pudieron estorbar el desembarco de las tropas aliadas, ni impedir sus progresos en lo interior del territorio bátavo. El ejército de invasión era ya dueño del Helder el 30 de Agosto; y habiendo entrado en el Texel la escuadra británica, intimó á las fuerzas navales holandesas que arriasen bandera y enarbolasen el pabellón de Orange. Once navíos, tres fragatas y cinco buques de la Compañía de la India oriental obedecieron á la intimación sin resistencia; pues aunque los Comandantes quisieron excusarse á poner por obra las órdenes del enemigo, alzáronse las tripulaciones contra ellos, y la escuadra toda pasó á los ingleses. No obstante esta deserción, tan provechosa á los coligados, procedía su ejército con suma circunspección en todos los movimientos; lo cual, visto el General francés Brune, se determinó á acometerle antes de que le hubiesen llegado los Cuerpos que esperaba. El ejército francés peleó con denuedo, pero fué rechazado, y el Duque de York creyó ser llegado el momento oportuno para cargarle á su vez y destruirle totalmente; pero se engañó el Príncipe inglés en sus esperanzas, como se había engañado el General republicano en las suyas. Los franceses, aprovechán

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dose de la lentitud y de las falsas combinaciones de sus enemigos, consiguieron dejar cortados algunos Cuerpos enemigos y les obligaron á la retirada. Las consecuencias de esta batalla de Bergen, más bien cedida por los aliados que ganada por los franceses, fueron muy favorables para éstos: los franco-bátavos alzaron la cabeza; los partidarios de la casa de Orange no osaron declararse por ella, y aquella muchedumbre de gentes que se ve siempre estar en acecho de los sucesos en tales crisis para pronunciarse en favor del partido que vence, se declaró por los franceses. Los rusos y los ingleses comenzaron también á achacarse recíprocamente el mal éxito del combate. Desde entonces el ejército expedicionario hubo de atender ya á su propia defensa y renunciar á sus proyectos de agresión. Aunque las fuerzas del Duque de York fuesen superiores todavía á las de los franceses, dejó pasar varios días en completa inacción, y el General Brune aumentó entre tanto su ejército y le ordenó: el 2 de Octubre los anglo-rusos acometieron al ejército francés. Alcanzaron sobre él ventajas en aquel encuentro, que fué muy empeñado, puesto que Brune se vió obligado á retirarse á Harlem; y si bien al día siguiente pudo volver sobre ellos y causarles daños considerables, todavía hubieran podido mantenerse en sus posiciones. Mas ya fuese porque la resistencia vigorosa que hallaron les presentase la empresa como de más difícil ejecución que habían creído al principio, por no haberse alzado ningún Cuerpo ni ninguna provincia en defensa de los derechos de la casa de Orange, como esperaban, ó ya porque hubiese discordia entre los Jefes aliados, descontentos de la pereza ó ineptitud del Duque de York, ó ya, en fin, porque á la Gran Bretaña le hubiese satisfecho suficientemente la rendición de

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