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rra, y ni mandó siquiera formar causa para averiguar los autores del atentado. Así este negocio quedó envuelto en tinieblas. El tumulto de las armas impidió pensar en ello por entonces, y después quedó olvidado del todo. Lo que se ha dicho de más plausible, sin que por esto pase de ser mera conjetura, es que durante el Congreso hubo negociaciones secrelas propuestas por Agentes subalternos, las cuales hubieran traído malas resultas para algunos Ministros en el caso de haber sido descubiertas, y que para evitar que lo fuesen se tomó el partido de matar á los negociadores y apoderarse de todos sus papeles.

Rómpese la guerra.

La campaña comenzó con auspicios muy venturosos para los aliados. Jourdan, lejos de haber podido penetrar en los Estados hereditarios, fué arrollado por el Archiduque Carlos. Massena hizo esfuerzos reiterados, pero inútiles, para apoderarse de las posiciones fortificadas de Faldkirh: por manera que, desde los primeros movimientos de los ejércitos, el plan de campaña del Directorio quedó frustrado en Alemania. Por parte de Italia la fortuna se mostró aún más adversa á los franceses. Sherer, que mandaba las tropas. de la República, sufrió gravísimas pérdidas en los diversos combates que sostuvo contra los austriacos, hasta que por fin, reducido el ejército de su mando á la mitad de su fuerza numérica, hubo de retirarse y dejar libre al enemigo la entrada de Italia, aun antes de que Souwarow llegase y se pusiese á la cabeza de las tropas combinadas. Cuando el guerrero moscovita se acercó para acometer á los franceses, su ím

petu fué tal, que á pesar de la pericia de Moreau, que le disputaba el terreno, los republicanos no pudieron mantenerse en la Lombardía y se retiraron á Génova y al Piamonte. Ni aun allí hubiera quizá podido el Jefe francés detener á Souwarow si éste hubiera obrado libremente con todo el ardor y actividad propios de su carácter; pero se manifestaron claramente entonces las miras interesadas de la casa de Austria. Asegurarse de la posesión de Italia, ese era el blanco. adonde se encaminaban los esfuerzos del Gabinete de Viena. El General ruso hubo de ceder, no sin repugnancia, á las representaciones del Emperador Francisco, el cual le escribió haciéndole ver el peligro de los movimientos rápidos y la necesidad de asegurar la posesión de los países conquistados por la rendición de las plazas fuertes que había en ellos, antes de adelantarse á ocupar otras provincias. Por esta circunspección excesiva de los fines particulares del Austria, se salvó el ejército francés.

En vez de caer con todas las fuerzas sobre el ejército de Moreau para obligarle á abandonar enteramente la Italia, en cuyo caso el cuerpo de tropas francesas mandado por Macdonall, que ocupaba la parte meridional de ella, quedaba cortado y perdido sin remedio, el Mariscal Souwarow, cediendo á los deseos del Austria, hubo de atender á cuatro puntos á un tiempo. Contra Moreau envió un cuerpo de tropas considerable con el fin de estrecharle, obligándole á que pasase los Alpes antes de que pudiese recibir socorros de Suiza ni de Francia. Para facilitar las operaciones del Archiduque Carlos, le fué preciso penetrar por todas las gargantas y pasos que conducen á Suiza. Tuvo también que destinar fuerzas considerables para sitiar á Mantua. Finalmente, siéndole preciso contener al

ejército francés de Nápoles, destacó un cuerpo con orden de ocupar todos los pasos de los Apeninos para cortarle la retirada, y mandó también guarnecer las posiciones por donde pudiera lograr su comunicación con Génova. Para colmo de ventura de los Generales franceses Moreau y Macdonall, Souwarow tuvo orden expresa de sitiar á un tiempo á Mantua, Pesquera, Pizzighetone, la ciudadela de Milán y otras plazas de las Legaciones. El resultado de esta falsa dirección del ejército aliado, fué dar tiempo al General Moreau para hacerse fuerte en Génova y para enviar tropas que pudiesen darse la mano con Macdonall. Después de haber sostenido empeñados y gloriosos combates, éste General se reunió por fin con Moreau.

Mal éxito de la campaña para los franceses.-Agitación de los partidos en Francia con este motivo.—30 «prairial. »>

Por más que los ejércitos franceses no sufriesen fuertes descalabros como los hubieran podido padecer, el mal éxito de la campaña se hizo sentir al punto en Francia, en donde el Gobierno del Directorio se hallaba desconceptuado y, por tanto, vacilante. Removiéronse los partidos al ver á los enemigos amenazando ya las fronteras de la República, y atribuyeron esta desgracia al Directorio; que los triunfos ó las derrotas de los ejércitos ensalzan ó abaten á los Gobiernos, sin que tengan muchas veces la menor parte ni en aquéllos ni en éstas. Parecía á los terroristas que así como tuvieron actividad y energía en 1793 para vencer á los enemigos exteriores, también podrían ahora repelerlos y alejarlos. Por el contrario, los partidarios de la antigua Monarquía no dudaban de que

se acercaba el momento de restablecerla. Acordes estaban los dos bandos para derribar al Directorio; pero cada uno de ellos se proponía el triunfo de su causa después de la caída de los gobernantes de Luxemburgo. Además de estas dos facciones había otra que era intermedia, por decirlo así, pues deseaba conservar la forma de Gobierno representativo y con ella los intereses principales creados por la revolución; pero conociendo que la autoridad no estribaba sobre bases sólidas, pretendía restablecer la Monarquía y colocar en el trono á una dinastía nueva. Muy viva era la agitación de estos tres partidos, y muy incierto también el resultado de sus gestiones y movimientos respectivos. Sieyes acababa de entrar en el Directorio. El malogro de todos los planes de constitución que había adoptado después de 1789, y aún más quizá que esto, su reciente viaje á Berlín, en donde vió de cerca las ventajas del poder monárquico, le convencieron de que la unidad era también necesaria en Francia. Otro Director que properdía á la misma idea, del cual se sospechaba que tenía inteligencias con los Príncipes franceses, era Barrás. Convinieron fácilmente ambos Directores en la necesidad de poner fin á la anarquía republicana; pero no se les ocultaba que esta obra tocaba á un General acreditado, pues sólo con la intervención militar se podía contener á las facciones. Joubert era joven, bizarro y estaba ansioso de gloria; por tanto, les pareció acertado destinarle á la dictadura: con esta intención le nombraron Comandante militar de París. No bastaba esta sola medida para conseguir el fin. Era menester deshacerse de los otros tres Directores, es á saber: Treillard, Merlin (de Douai) y el célebre visionario La Reveillère-Lepaux (el inventor y padrino de la secta de los teophilantropos), pues todos tres

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eran afectos á la República. Pusieron manos á la obra y echaron del Directorio á Treillard con pretexto de que su nombramiento había sido ilegal. A Merlin y á La Reveillère-Lepaux les obligaron á hacer dejación de su puesto, y fueron reemplazados los tres por Gohier-Roger, Ducos y Moulins. Reinhart sucedió á Talleyrand en el Ministerio de Negocios extranjeros; Bernardotte (hoy Rey de Suecia) tuvo el despacho de la Guerra; Cambaceres el de Justicia, y Fouché fué encargado de la Policía. Al General Joubert, sobre quien se fundaban las principales esperanzas, se le confió el mando del ejército de Italia. El partido de Sieyes no alcanzó este triunfo sin gran trabajo. Antes de que se formase el nuevo Gobierno hubo de hacer frente á una oposición sumamente violenta, cuya principal fuerza consistía en el bando jacobino, siempre activo y revoltoso. Sieyes tenía un gran número de enemigos. Había un club presidido por el regicida Drouet, que le hacía cruda guerra; los diarios injuriaban también continuamente al nuevo Director y á su pandilla. En el Directorio mismo no dejaba de haber desacuerdo entre los miembros elegidos y sus colegas. Gohier y Moulins protegían abiertamente á los que querían retroceder al Gobierno y á los excesos y delirios de 1793.

La situación era crítica. M. Thiers resume de este modo las fuerzas de la oposición que había contra el Gobierno: «Doscientos Diputados enemigos descubiertos, á cuyo frente se hallaban dos Generales acreditados, el Ministro de la Guerra (Bernardotte) y el Comandante de la plaza de París (Augereau); dos Directores, un crecido número de clubs y de diarios, otro no pequeño de hombres comprometidos, los que por esto eran más á propósito para un golpe de mano.

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