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exactamente de esta situación de las cosas, cuyo remedio está, á mi ver, en procurar á cualquier coste la paz general, y con ella la ruína de las esperanzas de los jacobinos, que son de sacrificar á Bonaparte y á su ejército en una empresa loca y casi inasequible, y moderar ó suprimir nuestros oficios en favor de Portugal, haciéndole servir de pretexto para ponernos sobre un pie de defensa respetable; punto esencial y sobre el cual, como buen servidor del Rey, como buen patricio y como hombre sensible, no puedo bastante llamar la atención de V. E. de resignar al señor Infante de Parma á lo que determina este Gobierno, sacando el mayor partido posible para apoyar sus esfuerzos en la expedición de Inglaterra.

>Al tiempo de referir á V. E. las circunstancias nada agradables de este Gobierno con respecto á nosotros, no debo ocultarle las esperanzas que tengo de que Barrás, Bonaparte, Tallien y Talleyrand, que empiezan á columbrar el riesgo que les amenaza y que al cabo reúnen más carácter, más opinión y más habilidad, darán un golpe mortal á los jacobinos y que se hará la paz general, pues la única semejanza de este Gobierno con Lacedemonia es que el latrocinio está corriente; pero que se castiga la falla de destreza, como sucede al pobre Araujo.

>No puedo concluir sin recomendar especialmente á V. E. á Aldama y Romero, los cuales fueron infamados por la misma equivocación de juicio de Colomera, que S. M. acaba de enmendar, con respecto á la ciudad de Fuenterrabía. La sumisión al vencedor preservó á su país, como lo he visto por mis ojos, de las atrocidades de la guerra. En fin, yo no tengo duda alguna de su fidelidad al Rey y amor á su país. Piden un salvoconducto para presentarse en esa Corte y

responder sin ofensa de sus personas á cuantos cargos se les hubiesen hecho. Yo pido encarecidamente á V. E. esta gracia, que conduce á las circunstancias del día y que no deja de ser justísima, si se atiende á que, habiendo cedido el ejército que cubría la provincia, no se puede acriminar á los Magistrados inermes que cedieron al vencedor (1).»

En otra carta de Cabarrús al Príncipe de la Paz de 23 de Enero de 1798, al dar aviso de no haber sido admitido como Embajador, dice que era manifiesta la desconfianza que los Directores tenían de él, y que estos recelos eran excitados por emisarios y corresponsales de España, movidos por el partido contrario á la Corte, el cual, á sabiendas ó sin saberlo, era instrumento de Inglaterra, como los jacobinos lo eran en Francia. La cantinela continua de los gaceteros de París era que existía en Madrid un partido inglés, por cuyo medio la Corte mantenía inteligencias con la de Londres. Suponían que dicho partido se componía de personas de alta categoría, y dejaban entender que á su cabeza se hallaba el Príncipe de la Paz. Aun después que éste hubo salido del Ministerio, las Gacetas francesas continuaron diciendo que existía siempre el

(1) En este mismo año concedió el Rey permiso á Aldama y á Romero para que pudiesen restituirse á sus casas y vivir tranquilamente en ellas, sin que les echasen en cara culpa ninguna por el proceder que tuvieron en tiempo de la dominación francesa en Guipúzcoa.

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También obtuvieron gracia D. Josó Urbistondo, á quien un Consejo de guerra condenó á muerte por haber contribuído á la entrega de la plaza de San Sebastián á los republicanos, si bien Urbistondo pretendía no haber tenido parte en la resolución de entregarla y haber sido tan solamente enviado por los Alcaldes al General francés para suplicarle que las propiedades fuesen respetadas. El Directorio intercedió por él, refugiado entonces en Francia, y por su hermano D. Sebastián Urbistondo, preso en la Ciudadela de Pamplona, acusado de complicidad en la entrega de San Sebastián.

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partido inglés y señalaban personas de mayor influjo en él, es á saber, á los Duques del Parque y de Osuna. A éste le daban el nombre de Orleans español. El Duque creyó de su deber quejarse al Rey, y le suplicó que por su Embajador se indagase el origen de estas voces ofensivas para su buen nombre. Sobre todo, no era cierto que la Corte pensase en separarse del errado camino de su alianza con Francia.

Regreso de Cabarrús á Madrid.-Nombramiento de Saavedra y Jovellanos á los Ministerios de Hacienda y Gracia y Justicia.

Cabarrús regresó á Madrid. Allí continuó dando buenos consejos al primer Ministro. Uno de ellos fué que llamase á los Ministerios de Hacienda y Gracia y Justicia á D. Francisco Saavedra y á D. Melchor Gaspar de Jovellanos, para que trabajasen á su lado en el gobierno del reino, por gozar ambos de estimación y aprecio. Cabarrús impuso al Príncipe de la Paz en el verdadero estado que tenían las cosas en París, y le aseguró que el partido jacobino dejaba ver deseo de suscitar perturbaciones en España.

No pasó mucho tiempo sin que se supiese en Madrid que el General Augereau, uno de los cabezas del Jacobinismo, acababa de ser nombrado Comandante de la división militar de los Pirineos orientales y que había entrado en Perpignan con algunas tropas.

Arresto de D. Eugenio Izquierdo, Director del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid.

La prevención del Directorio contra el Príncipe de la Paz se echaba de ver en todos sus actos. No solamente desconfió de Cabarrús por ser amigo del Minis

tro, sino que mandó arrestar también á D. Eugenio Izquierdo, Director del Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Este agente pasó á Francia en el año de 1798, con el fin aparente de recorrer y examinar los establecimientos científicos; y como gozaba del favor del Valido, fué recomendado vivamente por éste al Marqués del Campo. Así, pues, luego que el Embajador supo su arresto, representó al Directorio haciéndole ver que el objeto de la atención de Izquierdo eran las ciencias, y que no se entremetía en asuntos políticos, pues por el mal estado de sus ojos estaba rodeado continuamente de oculistas. El Gobierno francés respondió que por cartas de Izquierdo, que habían sido interceptadas, era manifiesto que se ocupaba en cosas que nada tenían que ver con las ciencias.

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El Ministro Saavedra encargó más tarde á Azara que procurase saber la causa del arresto de D. Eugenio Izquierdo, y pidiese satisfacción por este atropellamiento. Azara dice en su respuesta: «He procurado saber por mi parte este asunto, porque conozco á Izquierdo, y he averiguado originalmente que, por algunas cartas interceptadas, sabía este Gobierno que Izquierdo fué enviado á Francia por el Príncipe de la Paz para indagar las cosas de aquí, en donde, siendo muy particularmente conocido de los sabios, tendría proporción para introducirse, y como me dijo uno de los principales de este Gobierno, para hacer que la ciencia sirviese á la política. En efecto, pretenden tener algunas cartas de Izquierdo al Príncipe de la Paz, que tratan de todo menos de Historia Natural> (23 de Octubre de 1798).

La tempestad contra el Valido era, pues, recia é inminente. El único medio de conjurarla, por parte de éste, hubiera sido prepararse á resistir con la fuerza

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á las pretensiones y malos designios de los republicanos, como se lo aconsejó con razón el Conde de Cabarrús.

El Embajador Truguet llega á Madrid.

Cuando agitaban al Gobierno del Rey tan penosas inquietudes, se presentó en Madrid el ciudadano Truguet, Embajador de la República. Dícese que el primer movimiento del Príncipe de la Paz fué no admitirle, fundado en el ejemplo que el Directorio había dado no recibiendo á Cabarrús; pero como esta resolución hubiese de producir necesariamente el rompimiento con la nación vecina, hubo de resignarse á su admisión. El Ministro había sabido una parte de las instrucciones del nuevo Embajador, y así dió orden de acelerar la salida de la escuadra que mandaba en Cádiz el General Mazarredo, pues el Directorio pedía con particular ahinco que las fuerzas navales del Rey Católico saliesen de su inacción. Cádiz se hallaba bloqueado tan sólo por ocho navíos de la escuadra de Lord San Vicente y por otros cinco que cruzaban entre el Cabo de este nombre y el de Santa María; disposición insidiosa del Almirante inglés, que se hallaba en Lisboa con el resto de sus fuerzas, cierto de tener siempre tiempo para reunirse con los navíos del bloqueo, fiado en la superioridad de sus marinos y en los ágiles movimientos de sus navíos. Lord San Vicente era sabedor también de que la armada española no podía menos de moverse con lentitud por la penuria en que estaba de las cosas más necesarias.

El Príncipe de la Paz no perdió instante en acercarse á Truguet para ver si podía atraerle. En varias

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