Imágenes de página
PDF
ePub

descarga, que mató á algunos é hirió á un número considerable de los otros. Al oir el estruendo de la descarga, los habitantes del Palacio se alarmaron, como era natural, y el Embajador, que iba á sentarse á la mesa, corrió hacia la escalera para saber lo que era, seguido por todos sus comensales. Entonces vió la tropa formada al frente del Palacio, y con el sombrero y por cuantos medios podía hacía señales para que se retirase; pero los soldados no hicieron caso y permanecieron en posición.

»Duphot se adelantó hacia ellos con espada en mano, y acometió él solo; y estaba ya á punto de descargar un golpe, cuando vino por un costado una bala disparada por la tropa que estaba formada en la puerta Sestiguana y le pasó el cuerpo: no obstante, se puso en pie y quiso todavía descargar sablazos sobre los soldados; pero cayó muerto atravesado de otras dos balas.

>>El Embajador y los otros franceses que le acompañaban corrieron á socorrerle: ya no había remedio. Las tropas del costado continuaban el fuego sin saber bien por qué motivo, matando é hiriendo á varias personas que pasaban por la calle. El Embajador mismo se salvó por milagro. Cuando las otras tropas del Papa, que andaban por la ciudad ó estaban en sus cuarteles, overon las primeras descargas, se reunieron y comenzaron también á hacer vivo fuego detrás de sus empalizadas, sin más motivo que el miedo. Muchas personas inocentes perdieron la vida.

>Apenas comenzó el alboroto, una persona que yo no conocía ni he vuelto á ver vino á darme aviso de ello. Por lo que decía, la conspiración era terrible. Mandé, pues, poner el coche para ir al auxilio del Embajador. Era á la entrada de la noche. Mis dos postillones iban delante con hachas encendidas. Al

TOMO XXXII

4

entrar en la calle Julia hicieron una descarga de infantería, que por fortuna no hirió á ninguno de mis criados; pero los cocheros postillones se volvieron atrás al instante sin aguardar mis órdenes. Les hice detener; y reflexionando que lo fuerte del alboroto parecía estar por la parte del puente Sixto, me vino el pensamiento de ver si se podría pasar por el de Sant Angelo, que hallé libre, con efecto. Cuando llegué á la plaza del Vaticano, ví algunas tropas formadas en batalla con artillería; pero no hacían ningún movimiento. Los Oficiales me dijeron que el pueblo estaba alborotado, pero que no sabían más. Nosotros estamos aquí-añadieron-para defender al Papa.

>>En tal situación, subí al Palacio de Su Santidad, ya para tener noticias ciertas, y ya también para ayudar al Papa con mis consejos. La puerta primera, ocupada por la Guardia suiza, estaba cerrada, y me costó trabajo pasar por otra puertecita. El Teniente de la guardia que estaba allí, me dijo que no sabía nada de lo que pasaba en Roma; pero que habiendo oído el estruendo de las descargas, había hecho que su tropa tomase las armas y dado otras disposiciones para defender el Palacio. Con efecto: al subir al cuarto del Cardenal José Doria, que era primer Ministro, ya encontré las escaleras y las puertas cubiertas de soldados suizos, situados como si aguardasen á ser acometidos de un momento á otro. El Cardenal conversaba con el General Grandini, el Senador Rezzonico y Monseñor Consalvi, Ministro que era de la Guerra. Ninguno de ellos sabía lo que pasaba fuera del aposento. No pude ver sin sorpresa ni sin indignación que estos cuatro Ministros, á quienes estaba encargada la defensa de Roma y de su Soberano, se mantuviesen en tal ignorancia y apatía: así se lo dije, anunciándoles

prestala el Pala

is fites as que erai.

he pase en camino
Papare.

2 personajes se lim
mas que les envise
la ciudad. Al are
ma compañía de soldad
Spiritus, tirando a
b, barriendo asi
en ella con alat

er que me escole
Palacio papal, n
Seacaipañados de mis
ellas para que alvi.
lerada y suspendles
Ca. Asi se hizo.

ar delante del Pala
than cerra las y
estados en batalla,

e del Comandante, Ma
Prosado, ni qué cadáveres
Alan logré que se l
*ocial había prohibicic
de Ordenes de ai..

y la escalera pr *etado es aba inunda paso sin pisar ca alia vinieron á rei Arnal. La joven Desire enteramente. E

Baractal de Suecia.

el peligro en que estaba el Palacio del Embajador y las consecuencias funestas que eran de temer. Un instante después me puse en camino para ir al Palacio de José Bonaparte.

>Los cuatro personajes se limitaron á pedirme con vivas instancias que les enviase avisos ciertos sobre el estado de la ciudad. Al acercarme á la Longara, hallé á una compañía de soldados situada en la puerta de Sancti-Spiritus, tirando á derecha é izquierda sin orden ni objeto, barriendo así esta larga calle. Para poder entrar en ella con alguna seguridad, tuve precisión de hacer que me escoltasen dos coraceros de la guardia del Palacio papal, mandándoles que fuesen delante acompañados de mis dos cazadores con hachas encendidas para que advirtiesen á dicha compañía de mi llegada y suspendiese el fuego mientras que yo pasara. Así se hizo.

»Al llegar delante del Palacio Corsini, ví que las puertas estaban cerradas y que había enfrente un pelotón de soldados en batalla, pero en inacción. No pude saber del Comandante, Marqués Patrici, lo que había pasado, ni qué cadáveres eran aquéllos que estaban allí. Al fin logré que se me abriesen las puertas, sobre lo cual había prohibición absoluta, y que el Embajador diese órdenes de admitirme al punto que supo mi llegada.

>>El patio y la escalera presentaban la escena más horrible: todo estaba inundado de sangre, y no se podía dar un paso sin pisar cadáveres. El Embajador y su familia vinieron á recibirme consternados, como era natural. La joven Desirée (1) parecía fuera de sí y trastornada enteramente. El caballero Angiolini, Mi

(4) Reina actual de Suecia.

52

nistro del Gran Duque de Toscana, había llegado antes que yo, no sin haber pasado por los mismos peligros, pues había atravesado el puente Sixto: los tres pasamos á otro cuarto para ver los medios que convendría tomar.

>> José Bonaparte estaba muy resuelto á partir en aquella noche misma; nos leyó el papel que iba á escribir al Cardenal Secretario de Estado, pidiéndole el permiso para tener caballos de posta, participándole su determinación de salir de Roma en la misma noche, con expresiones vivas que hacían excusables las escenas que acababan de pasar.

>>Yo le hice presente con energía lo inoportuno de la resolución que acababa de tomar, que me parecía contraria á las reglas de la diplomacia ilustrada; le dije que antes de hacer al Papa y á sus Ministros responsables de los sucesos, era menester estar seguro de que eran culpables por mala voluntad ó por negligencia; que, por mi parte, yo no los creía capaces de haber tenido parte en aquel atentado, y que además yo acababa de ver por mis propios ojos que no sabían nada de lo que había pasado ó pasaba todavía en Roma en el momento en que yo hablaba; que esto no podía parecer inverosímil sino á aquéllos que no conocían la flojedad é indolencia del Gobierno del Papa; que no se podía pedir satisfacción por la muerte del General Duphot ni por el insulto á la residencia del Embajador y á la Legación francesa, sino después de estar bien instruído de los hechos; que cuando se supieran. ciertamente, era preciso dar cuenta de ellos al Gobierno francés y aguardar su resolución, absteniéndose en el entretanto de todo acto de oficio, pues el Embajador, poniéndose en camino de la manera que lo había pensado, se erigía en Juez, pronunciaba sen

Araba en el mismo in
partida una declaración
geria a el; por fin, l
visima responsabili la

este negocio pudiese te
te de mi parecer, y l
ne no partiera: que ev
16 Diretorio, instruyéndole
emi prometer, en noul
darian la satisfac›
fera la que fuera, y di
asa del Embajador à t
Duria y
darle par

que yo le decidiria à
ese al Marques Mass
que se refiriese en t
sss fanestos que a
Entador enviase. Y
Mala alguna la satisface
als despachos del M

[ocr errors]

cones determinaron

2 pensamiento: hiz papel en que anunc nos prome'ió qu a de las cartas para tel Vaticano. Asar por la sala en alas de otras mu arlas; pero echa tahan acalorad una hora solame que manifestaba Merloc, Genera

tencia y la ejecutaba en el mismo instante, siendo en realidad su partida una declaración de guerra, acto que no le pertenecía á él; por fin, le dije que se cargaba con gravísima responsabilidad en punto á las resultas que este negocio pudiese tener.

>Angiolini fué de mi parecer, y los dos rogamos al Embajador que no partiera; que expidiese un correo para el Directorio, instruyéndole de lo acaecido. Yo tomé sobre mí prometer, en nombre del Papa y de su Ministro, que darían la satisfacción que pidiese la Francia, fuera la que fuera, y dí mi palabra de ir saliendo de casa del Embajador á tratar del asunto con el Cardenal Doria y darle parte de esta resolución, añadiendo que yo le decidiría á que por el mismo correo escribiese al Marqués Massimi, Ministro suyo en París, para que se refiriese en todo sobre la relación de los sucesos funestos que acababan de pasar á la que el Embajador enviase, y para que ofreciese sin restricción alguna la satisfacción que se juzgase conveniente; los despachos del Ministro serían entregados abiertos.

>>Mis razones determinaron á José Bonaparte á desistir de su pensamiento: hizo pedazos delante de nosotros el papel en que anunciaba su rompimiento impolítico, y nos prometió que no partiría y aguardaría la llegada de las cartas para Massimi, que yo debía enviarle del Vaticano.

>Al pasar por la sala en donde estaban las señoras, acompañadas de otras muchas personas, procuramos tranquilizarlas; pero echamos de ver al punto que las cabezas estaban acaloradas con la partida y que detenerse una hora solamente parecía cosa inaguantable. El que manifestaba más ardor era un irlandés llamado Scherloc, General de brigada al servicio de la

« AnteriorContinuar »