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ya intimado al Encargado de Francia que quitase de su casa la bandera de tres colores, que no se presentase en público, y el modo atento, pero firme, con que habían respondido á los oficios de nuestro Bouligny.

>>Nada de esto les hizo gran fuerza, y después de agradecer mucho mis noticias y celo, me quisieron persuadir que, á pesar de tantas apariencias, la Corte de Viena ni los turcos declararían ni harían la guerra, y lo que es más, que si el proyecto de la paz del Imperio y de la mediación cuádruple proyectada surtía efecto, darían la ley al Emperador y á la Europa. Me confiaron las cartas que acababan de recibir de Berlín, en que el Embajador Sieyes no dice nada que sea consolante, y envía la última declaración que le ha entregado aquel Ministerio, reducida á ofrecer sus buenos oficios con la Corte de Viena y á renunciar á sus Estados de la parte izquierda del Rhin sin exigir compensación, con tal que el Emperador no la exija tampoco en Alemania.

> Viendo la ilusión en que está este Gobierno, me pareció necesario hablarle con la claridad y firmeza propias de un hombre de bien y buen aliado. Les dije, pues, que yo estaba lejos de tener la confianza que ellos tenían, y que juzgo del estado de las cosas de muy diverso modo; que tenía por infalible la guerra con el Emperador, con la Rusia y con los turcos; que no se lisonjeasen de lo contrario, porque, á mi ver, era una ilusión. Prosiguiendo en hablar con la claridad que me es natural y ellos me toleran, les he repetido que veo toda la ventaja de parte de los enemigos; que la Italia les será más contraria que favorable, y que comprendo en esto aun á sus nuevas Repúblicas, por el rigor y crueldad con que han sido tratadas por los Generales y Comisarios; que la de

vastación de Roma y de la Suiza habían salvado á Inglaterra, reuniendo al partido de la oposición con el de la Corte; que la expedición de Bonaparte era una verdadera novela, y que yo nunca creeré posible que llegue á la India; que, sin embargo, ha hecho el peor efecto posible, favoreciendo á nuestros enemigos, pues ya vemos que los turcos cierran sus puertas á los franceses y las abren á los ingleses y rusos; que, por consiguiente, Nelson será dueño absoluto del Mediterráneo con su escuadra y dará un fuerte impulso á la guerra de Italia, en donde los ultrajes hechos á la religión por los franceses les habían suscitado más enemigos de los que ellos creían; y, en fin, que así como yo tenía por imposible que los ejércitos aliados penetrasen en Francia, así también me parecía verosímil que los franceses serían vencidos fuera de su territorio.

>>No dieron muestras de quedar convencidos de mis razones; pero creo que les harían alguna fuerza.» Las predicciones de Azara se verificaron plenamente después.

Los ingleses se apoderan de Menorca.

De contado la escuadra inglesa, reforzada con cinco navíos de línea portugueses, bloqueó al punto la isla de Malta, impidiendo que llegasen á ella provisiones de ningún género. La conquista de este punto tan importante por los aliados era ya infalible. Alborozada estaba toda la Gran Bretaña con la grata perspectiva de posesión tan ventajosa. Entre tanto una división de tropas inglesas de 6 á 7.000 hombres fué desde Gibraltar á desembarcar á Menorca; y como gran parte

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de las antiguas fortificaciones se hallaban en muy mal estado desde la reconquista de la isla, hecha por el General Crillon, después Duque de Mahón, las pocas fuerzas españolas que allí había no opusieron seria resistencia. El 10 de Noviembre se ajustó un Convenio, por el cual las tropas del Rey serían transportadas á un puerto de España y los ingleses quedarían poseedores de aquella isla. Parece que la guarnición de Menorca obró cobardemente, y que por esto no se aprovechó de las ventajas que el terreno proporciona, no solamente para disputar el desembarco, sino para estorbar los progresos de las tropas enemigas en el interior de la isla. Así resultó de la sentencia pronunciada por el Consejo de Guerra de Oficiales Generales. que el Rey mandó formar para examinar la conducta del Gobernador de la isla y de los demás sujetos que concurrieron á su indecorosa rendición. Supone esta sentencia que Menorca tenía la guarnición necesaria, y que al poner á su disposición los medios de defensa convenientes, se tuvo presente el riesgo en que queda siempre la isla de Menorca cuando el Mediterráneo se halla dominado por fuerzas navales enemigas. El peligro será todavía mayor en lo venidero, siempre que se declare la guerra entre España y la nación británica, teniendo ésta ahora la importante fortaleza de Malta, que antes no tenía, para abrigar sus escuadras y para dirigir desde aquella isla sus tiros con mayor certeza.

La Francia descuida la protección de los irlandeses.

Otro tanto como Inglaterra se mostraba solícita de ocasiones oportunas de hacer daño á sus enemigos,

otro tanto Francia perdía de vista las en que hubiera podido causar á su rival daños y embarazos que la debilitasen. En Irlanda existían en gran número descontentos de la dominación inglesa que ansiaban por alzarse contra ella, y pedían á gritos á España y Francia el socorro de algunas fuerzas terrestres y marítimas que apoyasen sus primeros esfuerzos. La simpatía de los católicos irlandeses por el Gobierno de Madrid era antigua, y por eso los descontentos de la isla buscaban la protección del Príncipe de la Paz con visible confianza. A él se dirigían en solicitud de que les lograse auxilios de la Francia; el Ministro español pedía con efecto, siempre que se trataba de la cooperación de nuestras escuadras á las operaciones navales de los franceses, que se dirigiesen expediciones á Irlanda para provocar allí un alzamiento, teniéndole por muy embarazoso para el Gabinete de Londres. Pero el Directorio, preocupado con las consecuencias de la expedición de Egipto y deseoso de convertir hacia aquel punto todo su poder marítimo, desoyó las justas observaciones del Ministro español, y no hizo ninguna tentativa de importancia sobre Irlanda, sino cuando los momentos no eran ya oportunos. Por este proceder hubo de sufrir pérdidas de consideración. Además, en vez de haber favorecido á los irlandeses, los comprometió y remachó más los hierros que los oprimían. ¿Cuántas veces así el Príncipe de la Paz, como Urquijo y el General Mazarredo, no hicieron presente en París la conveniencia de dar la mano á los descontentos de Irlanda, sin que hubiesen podido determinar nunca al Directorio á que intentase francamente un desembarco en aquellas costas? Que no fuesen atendidas las frecuentes reclamaciones del Gobierno de Madrid acerca de la conquista de la isla de la Trinidad ó

de Menorca se alcanza fácilmente, pues iba en ello el interés del Rey de España tan solamente, y la utilidad que resultaba á la Francia de que fuesen poseídas por este Soberano y no por la Gran Bretaña, no era para ella ni inmediata ni directa; mas en separar á Irlanda del dominio de Inglaterra, la Francia no podía menos de hallar también su propia ventaja. Por tanto, es extraño que se dejase correr el tiempo sin que se intentase dar un golpe serio en aquella isla. La Francia resolvió por fin hacer algunos esfuerzos para animar á los irlandeses, cuando las circunstancias no eran ya favorables para el buen éxito.

Poco tiempo después que la expedición de Tolón hubo dado la vela para Egipto, el Directorio intentó también hacer desembarcos de tropas en Irlanda. En ningún otro país había elementos tan favorables como en éste para propagar las doctrinas democráticas y apoyar la política de la Francia; mas para que pudiese sacudir el yugo de la Gran Bretaña, se necesitaba tenderle la mano y ayudarle á romper sus cadenas. Si el ejército de Bonaparte hubiera puesto el pie en Irlanda, la Inglaterra habría recibido un golpe funesto, en vez que las esperanzas fastuosas de abrirse desde Egipto paso á la India y de amenazar desde allí las posesiones británicas, no había en Europa hombre ninguno sensato que no las tuviese por ilusiones poéticas. Desde los primeros tiempos de la Revolución francesa hubo en Irlanda hombres celosos y activos que trabajaron por propagarla. Ya en 1791 un Abogado de Dublín, llamado Wolfe Tone, fundó la Asociación de los irlandeses unidos, que se proponía al parecer la emancipación de los católicos y la reforma parlamentaria, y en realidad llevaba el fin de separar totalmente á la Irlanda de la Gran Bretaña, estableciendo en el pri

TOMO XXXII

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