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navíos para defenderse contra este ataque. Desde el principio de la acción, la pelea fué ya encarnizada y sangrienta: se combatía á tiro de pistola, y llegada que fué la noche, no había más luz para asestar los tiros que el resplandor de los fogonazos de los cañones. El navío inglés Leandro atravesó la línea y acometió por la espalda á la Capitana francesa El Oriente, que había desarbolado ya dos navíos enemigos. El Almirante francés murió entonces gloriosamente de una bala de cañón. Poco después un resplandor extraordinario iluminó aquel teatro de horror: el fuego había prendido á bordo de la Capitana francesa, la cual se voló con explosión tan espantosa, que las baterías de las dos escuadras suspendieron su fuego por algún tiempo. Al tumulto más grande sucedió de repente un profundo silencio. Volvió luego á continuar el fuego, y á eso de la media noche era tan recio como antes de la explosión. Al salir el sol no había más que dos navíos franceses que no hubiesen sido incendiados ó tomados por el enemigo. Cortaron, pues, sus cables, y seguidos de dos fragatas se hicieron á la vela; solos buques que quedaron de la escuadra que escoltó á Bonaparte y á sus aguerridas tropas.

En esta batalla naval, que los franceses llaman de Aboukekir y los ingleses del Nilo, perdieron los primeros 11 navíos, es á saber, nueve rendidos y dos quemados; cuatro fragatas quemadas; 1.056 cañones; 8.930 hombres, de los cuales 5.225 quemados ó ahogados, y los demás prisioneros. Los ingleses tuvieron 2.180 muertos y 6.677 heridos. Nelson fué herido en la cabeza por un casco de bomba, y se temió que perdiese la vida, pues se desangraba mucho: grande y general era el dolor de todos los circunstantes; el mismo Nelson creía haber llegado su última hora; pero

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por fin los cirujanos dijeron que no había que temer, declaración que excitó el mayor regocijo entre los Oficiales y las tripulaciones. Diez y siete días después del combate, Nelson se hizo á la vela para Nápoles. El Rey de la Gran Bretaña le elevó á la dignidad de Par de Inglaterra con el título de Barón del Nilo.

Al saber Bonaparte el éxito de tan fatal jornada, dijo: «Ya no tenemos escuadra, preciso será ó mantenernos en estas regiones, ó salir de ellas con tanta gloria como los antiguos.» Lenguaje adecuado á la exaltación de su imaginativa, y que también era más propio para dar aliento á sus tropas, desanimadas con la noticia de suceso tan infausto. Privado el ejército expedicionario de los auxilios que la escuadra hubiera podido darle, no eran ya tan solamente los Beyes de Egipto los que le disputaban la posesión del país,. sino que la Puerta Otomana se dispuso á defenderle con todas sus fuerzas.

La Puerta Otomana se une con la Rusia contra la Francia.

Uno de los efeclos inmediatos de la invasión de los franceses en Egipto fué alarmar é indisponer á la Puerta, determinándola, por fin, á echarse en los brazos de Rusia y de Inglaterra, por donde la Francia, no tan solamente perdía su comercio de Levante, que le era muy lucrativo, sino que aumentaba también los obstáculos para la ejecución de su pensamiento predilecto, á saber: invadir las posesiones inglesas en la India, proyecto que era tan aventurado de suyo. Veremos muy pronto cómo el justo resentimiento de la Sublime Puerta aceleró y facilitó la nueva coalición de las principales Potencias contra la República. Por ma

nera que las halagüeñas esperanzas que había hecho nacer en Francia la expedición de Egipto se desvanecieron del todo, por el solo hecho de haber invadido sin motivo los Estados que obedecían á una Potencia amiga. No merece ser feliz quien hace alarde de tener en poco la justicia. No bien se supo en Constantinopla la aparición del formidable armamento francés en el Mediterráneo y que se encaminaba hacia las costas de Siria y de Egipto, cuando el Encargado de Negocios de Francia pudo ya ver las inquietudes y desconfianza del Gobierno turco. Desde entonces no debió dudarse de que los turcos se unirían con las Potencias enemigas de la República. Los franceses que vivían en aquella capital se hallaron amenazados de las violencias que son familiares á la Puerta Otomana en sus rompimientos y declaraciones de guerra. El Sultán manifestó abiertamente su indignación al saber que el ejército francés había desembarcado en Alejandría, y que después de hacerse dueño de ésta y otras ciudades, había entrado triunfante en el Gran Cairo, previa una resistencia ligera de los Beyes Murat é Ibrahim. El Ministro de Holanda cerca de la Sublime Puerta, y señaladamente D. José Bouligny, Ministro del Rey de España, lograron apaciguar por algún tiempo el resentimiento del Gran Señor, y obtuvieron que se expidiesen firmanes circulares para proteger á los franceses residentes en sus dominios. El Gran Señor decía en ellos que tenía por cierto que la invasión del Egipto era pensamiento del General Bonaparte y de su bando, sin que el Gobierno francés tuviese parte alguna en tal empresa, y que, por tanto, había dado orden á su Embajador en París para que entrase francamente en explicaciones con el Directorio. Por esta intervención del Ministro de España, no menos confor

me á la razón que á la humanidad, se evitaron vejaciones y atropellamientos de la Puerta Otomana contra el ciudadano Ruffin, Ministro de la República en Constantinopla, y contra los particulares franceses que estaban en Turquía.

Buenos oficios del Ministro de España Bouligny cerca de la Puerta Otomana, para mitigar las vejaciones contra los franceses residentes en el Imperio.

Para contener los ímpetus marciales del Gobierno turco, Bouligny, Ministro plenipotenciario del Rey de España cerca de la Sublime Puerta, se valió de la mediación de su Soberano y también del aprecio con que el Reiss Effendi le honraba á él personalmente, é hizo presente que la República no podía tener intenciones hostiles contra la Puerta; que se proponía tan solamente castigar á los Beyes de Egipto, que eran enemigos del Gran Señor. No era esto conforme á verdad, y así costó poco trabajo al Reiss Effendi demostrar lo contrario. El Ministro turco respondió á Bouligny que la Puerta tenía por qué estar descontenta de los Beyes de Egipto; pero que no había ido á llamar á los franceses para que los castigasen; que si convenía reprimirles ó forzarles á la obediencia, era la Puerta misma la que tenía la incumbencia de hacerlo y de ningún modo los extranjeros, mayormente antes de haberle dado parte de ello; que era manifiesto que so pretexto de castigar á los Beyes, de quienes la Puerta no había dado queja ninguna al Directorio francés, había mandado éste preparar una agresión contra el territorio otomano, sobre el cual no tenía ni vislumbre siquiera de derecho. Añadió que los Gene

rales franceses no debían enarbolar la bandera francesa en los Estados del Gran Señor, como lo habían hecho estando en plena paz, mayormente habiendo asegurado el Gobierno de la República muchas veces, y del modo más terminante, que no dejaría nunca de mantener buena inteligencia é inviolable armonía con la Puerta Otomana, la cual había sido por su parte muy fiel á la unión de entrambas naciones; en fin, que la Turquía no había ofendido en nada á los franceses ni dado el más mínimo motivo para agresión tan gratuita. No obstante razones tan poderosas de queja contra la Francia, se pudo lograr por mediación del Ministro del Rey de España y del que también lo era de la República batava, que el ciudadano Ruffin no fuese encerrado en el castillo de las Siete Torres, sino guardado tan solamente en su propia casa. ¡Triste complicidad en los designios de los franceses, impuesta al Rey de España por el Tratado de alianza con la República, ó, digámoslo mejor, desdoro manifiesto de su Corona! Sin tener siquiera noticia de las intentonas contra Egipto; sin saber si los proyectos de los franceses eran ó no justos ó convenientes, era preciso que los agentes españoles los defendiesen ante los Soberanos cerca de quienes residían, con mengua de la veracidad y honradez castellana. En el caso presente, era cierto que la República había obrado sin lealtad con la Puerta Otomana: mal se podía justificar tal quebrantamiento de los derechos de un Estado amigo. No solamente el Ministro Talleyrand había asegurado al Gran Señor que la República quería mantener buena amistad con él en el momento mismo en que preparaba en los puertos de Francia la expedición contra Egipto, una de las posesiones principales de la Puerta, sino que el General Bonaparte, ansioso de desmem

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