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bre de los estorbos que temía hallar al poner por obra la reforma. Ni el Ministro que sucedió á Jovellanos le transmitió órdenes algunas para dar principio á ella, ni Tavira solicitó tampoco que se llevase adelante el pensamiento. Ocupado, pues, únicamente de las atenciones de la solicitud pastoral, y engolfado en la sabrosa lectura de los buenos libros, en la que hallaba increíble placer, pasaba los últimos años de su vida con menos contratiempos de los que había tenido. Con todo, no le faltaron sinsabores. La caída de Jovellanos y el concepto de sabio que Tavira gozaba, suscitaron contra él odios y pasiones bajas é infames. Rugía el error con el recuerdo de los peligros pasados, y se enfurecía también por el pensamiento de que podrían venir otros que amenazasen de nuevo á su antiguo y poderoso imperio. Gracias á la prudencia y, sobre todo, á la irreprensible y evangélica conducta de tan digno Prelado, no pudo el espíritu de partido conseguir que fuese molestado ni perseguido, por más que lo intentase sin cesar, como se hará ver más adelante. Era tal el deseo que tenían sus enemigos (los partidarios del error, porque no tenía otros) de hallarle en algún descuido de que pudiesen sacar provecho contra él, que cuando predicaba en alguna de las iglesias de Salamanca concurrían cuidadosos á oirle, por si en el calor del discurso se le iba inadvertidamente alguna máxima ó pensamiento que descubriese su mala doctrina. Era tenido por jansenista, nombre que daba entonces la ignorancia ó la mala fe à todos los que no sostenían su causa. Juzgábasele también poco adicto á la Silla de Roma. Lo primero lo oía con desprecio; lo segundo con disgusto. Sentía que los deseos de reformas justas fuesen confundidos con la voluntad de impugnar ó de negar los dogmas de Religión; sen

timientos que manifestó en un sermón predicado en el Convento de benedictinos de Salamanca, con motivo de la exaltación de Pío VII al Pontificado, y en los informes que dió al Rey sobre puntos de reforma.

¡Cuán lejos estaba su sublime entendimiento de incurrir en tales errores! Enriquecido con los tesoros de ciencia que encierran los libros sagrados y las obras de los Padres de la Iglesia, con los pensamientos de los filósofos y poetas más celebrados de la antigua Grecia, con el conocimiento de la historia de los pueblos; en una palabra, con lo más selecto del saber humano, ¿cómo había de incurrir en las extravagancias en que cayeron algunos teólogos ignorantes ó visionarios?

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En el año de 1801 envió el primer Cónsul de la República francesa, Bonaparte, aliado del Rey de España, un ejército de 15.000 hombres al mando del General Leclere, su cuñado, contra el reino de Portugal; y para que nuestros aliados fuesen acogidos por sus diocesanos con la correspondiente amistad, el Obispo Tavira dirigió á éstos una pastoral llena de consejos y exhortaciones cristianas, en la que sobresale no sólo el espíritu de caridad, sino también la armonía y belleza de la lengua castellana. Leyóse esta pastoral en el Concilio nacional de Francia celebrado en aquella época, y en él se dieron alabanzas al Prelado, que deseaba precaver el efecto de sugestiones maliciosas ó de preocupaciones nacionales contra los soldados del ejército del Cónsul. Los Jefes franceses admiraron también el buen recibimiento que les hizo el Obispo de Salamanca, en quien hallaron un hombre culto, acostumbrado á los buenos modales de la Corte. El General en Jefe, Leclere; el hermano del primer Cónsul, Luis Bonaparte, que era entonces Coronel de un

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La muerte halló á este sabio animado del mismo celo que había tenido toda su vida por el bien de los pueblos. Su noble desprendimiento no conoció nunca límites, no obstante tener muchos parientes á quienes hubiera podido elevar y enriquecer. Así es que murió pobre. Falleció el día 5 de Enero de 1805, después de haber dado sus últimas disposiciones con el mayor sosiego y resignación. En confirmación de lo que queda dicho acerca de las virtudes y sabiduría de tan digno Prelado, pondremos aquí el testimonio de un escritor contemporáneo, que le conoció y trató con intimidad (1):

«De lo que sí la tuve (seguridad) fué de la solapada persecución que por largos años le anduvo á los alcances á mi digno compañero é íntimo amigo el Obispo D. Antonio Tavira, ornamento de la Iglesia de España. Constándome por su continuo trato en la Real Capilla y en la Academia Española su vasta literatura y juiciosa crítica, le exhorté varias veces á que escribiese publicando sus sólidas y piadosas ideas. Resistióse á ello siempre; conocía el terreno y era muy cauto. Lo más que pudo arrancarse á su pluma fueron unas notas históricas y críticas de mucho mérito sobre las constituciones de la Orden de Santiago, á que pertenecía, y dictámenes reservados pedidos por el Gobierno sobre varias materias eclesiásticas, en que combatió vigorosamente los extravíos del régimen inquisitorial y los desafueros curialísticos. Una colección de ellos llegué á tener entre mis manuscritos. De su

(1) Villanueva, Vida literaria, tomo I, pág. 85.

mérito puede juzgarse por el que publicó el erudito Llorente sobre el valor de los matrimonios contraídos ante la autoridad civil (1). Dicho se está que á un eclesiástico tan ilustrado le había de caber la suerte que tiene preparada el fanatismo á la sólida piedad y á la sabiduría. El P. Juan Guerrero, dominico, Prior del Convento del Rosario de Madrid, que luego fué Vicario general de su Orden, y el Canónigo de San Isidro, D. Baltasar Calvo, insignes campeones del jesuitismo y del ultramontanismo, á boca llena llamaban jansenista á Tavira. Seguíanles sus prosélitos: resonó este eco en los salones de la Inquisición, cuyo encono creció con el parecer que dió á Carlos IV sobre las contestaciones del Tribunal de Granada con el Gobernador de aquella diócesis; con las representaciones que hizo al Rey, siendo Obispo de Canarias, para eximir á su Provisor de las pruebas de estatuto, que le exigían los Inquisidores; con las dispensas matrimoniales que concedió á sus diocesanos en la vacante de Pío VI, al tenor del decreto de Carlos IV de 5 de Septiembre de 1799, y con no haber consentido, como lo pretendía el Nuncio, que se revalidasen estos matrimonios por Pío VII. Contra esta sabia conducta del Obispo se publicó una carta anónima, parto de la enfurecida ignorancia, á la cual se contestó en dos apologías publicadas también por el mismo Llorente. Estos escritos fueron traídos á colación por el Santo Oficio para calificar la fe y la doctrina del digno Prelado. No osaron empero tildarle con nota ninguna: archivóse aquel

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(4) Este dictamen va como Apéndice al fin de la Colección diplomática de varios papeles antiguos y modernos, impresa en Madrid en un tomo en 4.o, año de 1809. Fué dirigido á Carlos IV por mano del Secretario de Gracia y Justicia, D. Gaspar de Jovellanos. Su fecha es de Aranda de Duero 17 de Diciembre de 1797.

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expediente, y no se dió cuenta de él á la Curia romana, Sin embargo, los ladridos del falso celo acompañaron al sabio Prelado hasta el sepulcro: había devotos en Salamanca que iban á oirle predicar, siendo Obispo, con el fin de armarle algún lazo. Murió de pena de verse pobre é imposibilitado de socorrer las necesidades de sus pueblos: 360 reales era el caudal de su tesorería el día de su fallecimiento.

Después de la muerte de Tavira, el Marqués de Caballero, Ministro de Gracia y Justicia, sostenido por algunos Doctores y Catedráticos de la Universidad de Salamanca, emprendió una reforma de los estudios en ella. Dicho se está que las ideas, así del Ministro como de sus cooperadores, serían muy diversas de las del difunto Prelado. Por tanto, la supuesta reforma fué una verdadera reacción en favor de los métodos de enseñanza seguidos hasta entonces.

Jovellanos tiene también pensamiento de reformar el Santo Oficio.

Jovellanos no fijó su atención tan solamente en la reforma de las Universidades del reino, sino que también tuvo pensamiento de suprimir el Tribunal del Santo Oficio y obligarle por lo menos á la formación y sustanciación de procesos por las reglas comunes de la jurisprudencia, lo cual hubiera equivalido á abolirle realmente. A la verdad, los antiguos furores de la Inquisición habían cesado ya desde el reinado de Carlos III; pero conservaba aún sus facultades primitivas, y esto traía los ánimos en continuo sobresalto. Personas de diferentes clases se veían á veces amenazadas de procesos; otras eran juzgadas realmente sin

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