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tólica no deberá dar compensaciones por él. Su grande y generosa aliada no quiere ninguna. Se contenta con que se la otorguen las condiciones que Portugal no ha querido aceptar: V. E. sabe cuáles son.

»S. M. Católica, habiendo, pues, de coger todo el fruto de tan grande empresa, es muy justo que España se encargue de pagar el sueldo del ejército auxiliar y de mantenerle luego que haya atravesado los Pirineos, ó desde que se verifique su embarco si se tuviese por útil enviarle por mar. Con todo, el Directorio ejecutivo, observador siempre fiel de sus principios de desinterés, y procediendo de buena fe con su íntimo aliado, me autoriza para tratar acerca de esto, y me dice que todos los gastos del sueldo del ejército francés se saquen de aquella parte de contribuciones de guerra que nos toquen por la conquista.

>>Príncipe: me glorío de ser el órgano de mi patria en tan propicias circunstancias, y creo, con el Directorio ejecutivo, que S. M. Católica sacará provecho de ellas para terminar la grande obra política en que tanto se interesa la seguridad de Méjico, quiero decir, la retrocesión á la República francesa de la Luisiana y la Florida.

» Príncipe: ésta es la respuesta que da mi Gobierno á la nota de V. E. de 6 de Febrero de este año. Quedo con vivos deseos de que V. E. me llame á firmar.

»Ahora, Príncipe, voy á repetir á V. E. lo que le tengo ya dicho. Aceche V. E. el momento en que se halle libre el camino de las islas Azores, Madera y Cabo Verde; aproveche V. E. y haga guarnecer dichos puntos con tropas españolas. Venga después la entrada en Lisboa y Oporto por tierra, y habrá V. E. comenzado á incomodar mucho á los ingleses en sus viajes á las Indias y confinarlos en su nebuloso país.

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Quedarán arrojados del Mediterráneo para siempre; Gibraltar abrirá sus puertas, y gracias á nuestra triple y sólida alianza, seremos árbitros de conceder ó prohibir á los isleños de Albión la entrada en todos los puertos de Europa, por decirlo así.-Pérignon. —13 de Mayo de 1797.»

El Marqués del Campo, por su parte, no dudaba de que la conquista de Portugal se aviniese con los designios del Gabinete de Madrid; fijaba ya su vista en el porvenir, y hacía preguntas en esta hipótesis: «¿Cuál habrá de ser, decía, la suerte de las colonias que pertenecen á este reino? (Portugal). ¿Quién las ha de poseer? ¿Enteras ó divididas? No se descuidará Inglaterra en caer sobre ellas, añadía, como lo hizo con las holandesas, ya por vía de depósito, de conquista, ó con otro cualquier pretexto.>

La República no se negó á los deseos del Gabinete portugués, si bien sospechó á los principios que la solicitud de éste, así como la apertura de las condiciones, pudiesen tener por objeto ganar tiempo y adormecer al Gobierno francés con proposiciones de paz hasta tanto que conviniese á la Gran Bretaña romper otra vez las hostilidades; desconfianza que el Príncipe de la Paz hizo cuanto pudo por desvanecer por lo que tocaba á Portugal, fundado en las protestaciones pacíficas de la Corte de Lisboa. Al cabo se firmó la paz en París entre S. M. Fidelísima y la República francesa. La prontitud de la conclusión del Tratado y las condiciones ventajosas conseguidas por Portugal, llenaron de alborozo al Embajador del Rey en París, Marqués del Campo, quien atribuía el impensado feliz resultado de las negociaciones á los buenos oficios hechos por él con la República á nombre del Rey su amo. Como la carta que escribió al Príncipe de la Paz

dé idea cabal de lo ocurrido en esta ocasión, pondremos algunos fragmentos de ella. La fecha es de 12 de Agosto de 1797.

<<Apenas este Ministro (Araujo) hizo saber su llegada tanto á M. Delacroix como á M. de Talleyrand de Perigord, le citó el primero á una sesión en paraje neutro ó casa desconocida, y casi á la primera conferencia lo dejaron todo arreglado para extender y firmar el Tratado, manifestándole francamente que tenían aquí interés inmediato en que se ganasen instantes para poder presentar á los Consejos la paz hecha con Portugal, separada é independiente de la Inglaterra.

»De este plan, que se tenía ya formado anteriormente, y del ahinco con que se ha puesto por obra, resulta que el ajuste de paz es cual ni el mismo Araujo ni yo habríamos jamás imaginado, pues no solamente han desistido de algunos puntos, cuyo empeño hizo romper la negociación pocos meses há, sino que aun en otros se han venido á buenas, desentendiéndose de lo que ya casi les estaba concedido.

>Aunque esta negociación haya sido solamente de horas, puede decirse con verdad que el buen éxito es debido á la mediación del Rey nuestro Señor, así por lo que intervinimos en los precedentes trámites, como por lo actuado en el caso presente, pues al recibir el correo de Lisboa, que vino un mes há, comuniqué yo á estos Ministros y al Director Barthélemy las órdenes que me venían de apoyar aquí cuanto hiciese el caballero Araujo.

>> Me tenía inquieto el empeño que anteriormente había tomado este Gobierno en exigir la libre navegación del río de las Amazonas y una extensión considerable de territorio por aquella parte. Teniendo di

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>Estableciéndose en otro artículo que la marina británica no puede tener arriba de seis navíos de línea en los puertos de Portugal, resulta igualmente que no viene á quedar al resto de las escuadras otro asilo que el fondeadero de Gibraltar. De suerte que en los meses de invierno y de huracanes deben experimentar daños notables si se ven forzados á mantenerse en el mar, pues se verán lejos de todo fondeadero. En todo caso, la marina española podrá mostrar superioridad en dichos mares y obrar en consecuencia de ella.

>España debe sacar también provecho de otro artículo: la inadmisión de corsarios y de sus presas en los puertos de Portugal.

>En los artículos comerciales se establece, á favor de los frutos y mercancías francesas, un trato igual al de la nación más favorecida.

>Finalmente, el Tratado es honroso para Portugal, sobre todo porque se estipula reciprocidad perfecta y se confirma la alternativa, en cuyo artículo hicieron fuerte dificultad estos Ministros; pero el Directorio ha declarado noblemente que es conforme á derecho. >>

Con la misma solicitud y actividad con que la Corte de Madrid había trabajado hasta allí en la conclusión del Tratado, se dedicó entonces á obtener su ratificación por el Gobierno portugués. Pero los manejos del Gabinete británico; la presencia de 6 ú 8.000 ingleses en Lisboa; la ocupación del fuerte de Belén; en fin, el

TOMO XXXII

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temor de que poniéndose éstos de acuerdo con las fuerzas marítimas pudieran turbar la paz pública, retrajeron á la Corte de Lisboa de ratificar lo convenido en París.

En los últimos días del mes de Noviembre llegó á Madrid el correo portugués que llevaba á París la nota del Ministro Pinto, en que decía que la ratificación del Tratado con la República francesa no era posible. Sabedor el Príncipe de la Paz de esta determinación, y conociendo que debían seguirse de ello malas consecuencias y peligros, puesto que un ejército francés entraria en España para acometer á Portugal en unión con los soldados españoles, detuvo el correo que iba á París, y con la mayor prontitud hizo presente al Ministro D. Luis Pinto que, si quería preservar á Portugal de los males que le amenazaban, convenía que otorgase la ratificación.

No parece que el Ministro portugués agradeciese la intervención oficiosa del Príncipe de la Paz, y por lo menos es cierto que, desestimando sus razones, expidió otro correo á París sin la ratificación deseada. Pero la Corte de Madrid, aunque desairada por la de Lisboa, cuidó de prevenir los malos efectos del proceder del Ministro Pinto y de acallar las quejas del Directorio, el cual era de temer que volviese á sus proyectos hostiles, transcurrido ya el término de dos meses que había sido señalado para la ratificación. Por otra parte, las nuevas condiciones del Ministro Pinto eran inadmisibles, en especial la que extendía á 22 navíos de línea ingleses los seis de esta nación que el Tratado permitía fondear en los puertos de Portugal, pues con número tan crecido de navíos la nación portuguesa no era ya neutral, sino aliada de Inglaterra. No obstante, por los buenos oficios del

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