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nerlas en los estudios de aquella Sociedad Económica Aragonesa; sabido es que por las vehementes declamaciones del predicador se encendió la ira del pueblo y estuvo expuesta la vida de Normante. Se asentaba en las conclusiones que el lujo era útil, puesto que contribuía á vivificar la industria y favorecía la circulación de los capitales; y esta doctrina, que oiría quizá el misionero por primera vez, le pareció herética, pues estaba acostumbrado á clamar todos los días desde el púlpito contra el lujo, representándole como incentivo de pasiones y manantial de vicios.

Tavira extendió el informe de la Junta, en el que se refieren hechos, al parecer increíbles, sobre el fanatismo del predicador y de sus secuaces. Es muy digno de notarse que á Tavira le fueron debidos los adelantos del Colegio de Filosofía de Salamanca, á cuyos estudios se dió desde entonces dirección contraria al espíritu del Peripato. No consta que tomase parte públicamente ni en la supresión del Instituto de los Jesuitas, ni en la abolición de los Colegios mayores; pero habiendo puesto empeño particular en ambas empresas el Ministro Roda, con quien Tavira tenía estrecha amistad, es de creer que cooperaría privadamente al logro de las intenciones de su Mecenas. En los veinte años que residió en la Corte, fué, por decirlo así, consultor universal. Los Presidentes de la Real Academia Española, Duque de Alba y Marqués de Santa Cruz; los del Consejo de Ordenes, Duques de Sotomayor, de Baños y de Híjar, le emplearon frecuentemente en los asuntos de sus presidencias. Los hombres más ilustres en la carrera de las letras y del gobierno del Estado, estuvieron asociados con él para comisiones y trabajos de la mayor importancia. Campomanes, Jovellanos, Cabarrús, Saavedra, Lardizabal,

Meléndez, Palafox y otros, fueron sus socios y cooperadores.

Tavira hizo presente á Carlos III que convendría crear en el Convento de Sancti-Spiritus, en la ciudad de Salamanca, una casa de educación para doncellas, hijas de caballeros de las Órdenes militares, y el Rey, á quien gustó mucho el pensamiento, le comisionó para que pasase á dicha ciudad y le informase de todo lo que pudiese ser conducente á tan loable fin. De tal modo se prendó de la idea el ánimo noble del Monarca, que, ansioso de realizarla, contaba los días del viaje de Tavira y hablaba muy á menudo del objeto que le había motivado. Se conserva el informe que Tavira hizo con este motivo. El pensamiento no tuvo efecto, por haber sobrevenido la muerte del Rey.

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Tan relevante mérito no podía menos de llamar la atención de los Ministros de la Cámara, que hacían al Rey la propuesta de sujetos para las Sillas episcopales. Fué consultado para los Obispados de Valladolid, Zamora, Segovia y Málaga, si bien rogó constantemente á sus favorecedores que le libertasen de la pesadumbre del nombramiento. No busca los graves cuidados de la solicitud pastoral quien pone su felicidad en el estudio y cultivo de las letras. Ocupado Tavira en el reconocimiento de las bibliotecas, en la lectura de los mejores libros y manuscritos, en el dulce trato de los sabios, cifraba en ello su bienestar, y de ningún modo en el engaño de los honores y dignida des. ¡Con qué gusto no veía llegar todos los años la jornada del Real Sitio de San Lorenzo, que llamaba é l su temporada de estudio, durante la cual tenía á su disposición la magnífica biblioteca del Escorial! Pero tuvo que dejar una vida tan conforme á sus inclinaciones, por haber sido nombrado Prior trienal de la

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Real Casa de Uclés, á cuyo establecimiento profesó siempre tierno cariño. Por su ventura le aguardaban también allí ocupaciones literarias y trabajos muy gratos. El archivo de Uclés tenía necesidad de arreglo, y al punto se puso á formar índices de él. Entre los códices que allí se hallaban, los había muy antiguos y raros, señaladamente varios manuscritos griegos, hebreos y latinos que trajo de Italia Pérez de Ayala, Obispo de Guadix, uno de los Prelados españoles que asistieron al Concilio de Trento, y dejó á su fallecimiento á este Cuerpo, del que había sido individuo. El Conde de Campomanes, á quien se dió parte de la existencia de dichos manuscritos, hizo aprecio muy singular de ellos. Gracias á la constancia y actividad de Tavira, el archivo de la casa de Uclés pudo ser tenido por el mejor ordenado del reino. Allí ilustró también con notas eruditas la Regla de los caballeros de Santiago. Ni fueron estos solos los servicios que hizo á la casa. En el año de 1789, en que se experimentaron tan grandes necesidades por la mala cosecha, ocupando á las gentes pobres, mejoró las posesiones de aquella corporación con varias obras de construcción y de cultivo. Convirtió los terrenos incultos de la dehesa y vega de Buena-Mesón en un plantío de 18.000 olivos y 50.000 vides, y también hizo cultivar tierras de pan llevar, logrando que cogiesen más de 2.000 fanegas de trigo en un terreno en donde antes pastaban tan sólo unas pocas ovejas. Una isla que el Tajo forma al lado de la hermosa casa de aquel sitio, ha sta entonces inculta, fué transformada en un jardín delicioso, poblado de frutales escogidos; grande y útil empresa que dirigió el sabio Don Esteban Boutelou, Jardinero Mayor del Rey. El que cuando niño se divertía ya en poner por obra los pre

ceptos de las Geórgicas, ¿qué placer n o tendría en edad provecta transformando terrenos er iales en campos labrados y floridos verjeles?

Por este mismo tiempo emprendió á su costa las excavaciones de Cabeza del Griego, persua dido de que, además del bien que se hacía en dar trabajo á los menesterosos, se descubrirían quizá monumentos antiguos que pudiesen aclarar algunos hechos de nuestra historia. Reconoció por sí mismo el sitio, y juzgó, por la figura del terreno y la situación del río y de las montañas, cuál debió ser la dirección en que estuvo construída la antigua ciudad de Segobriga, una de las más célebres de la España romana, es á saber, dos leguas al Sureste de Uclés y á tres cuartos de legua de Saelices. Descubrió un templo hermoso con tres naves, varias columnas y relieves, y entre otros sepulcros, los de dos santos Obispos. Se hallaron también figuras y vasos romanos. Remitidos al Rey los dibujos y descripciones, pasaron á la Real Academia de la Historia, que los ha publicado en el tomo III de sus Memorias.

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Pero llegado era el momento de que el Prior de Uclés se separase de aquella Real Casa para obedecer al Soberano que le elevaba á la Silla episcopal de Canarias. El Conde de Floridablanca, Ministro de Estado, y el Marqués de Bajamar, Ministro de Indias, natural de la isla de Tenerife, inclinaron el ánimo de Carlos IV á erigir una Universidad en la isla de Canaria, y le propusieron á Tavira para que pusiese por obra el pensamiento, nombrándole para la dignidad episcopal de aquella diócesis.

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Aprobó Carlos IV el proyecto, y Tavira hubo de someterse á la voluntad del Soberano, no sin haberle suplicado con instancia por tres veces que se dignase

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dispensarle de tal cargo. El Rey se mantuvo inflexible; y cuando el Obispo electo fué á besar su Real mano, le explicó con benignidad cuáles eran los motivos por que no había accedido á sus súplicas. Si la naturaleza de esta obra permitiese trazar en ella una biografía completa de tan sabio Obispo, se podrían referir muchos rasgos de su caridad, de su celo, de su prudencia en la administración pastoral. Baste decir que en cinco años que fué Obispo en las islas Canarias, dejó una memoria muy honrosa, que será duradera entre aquellos naturales, testigos de las virtudes de su Prelado; recorrió á pie los rincones más. ocultos de las islas, llevando por todas ellas los consuelos de la beneficencia evangélica; mejoró los establecimientos públicos, haciendo amar al mismo tiempo su bondadosa y apacible índole. Durante la guerra contra la República francesa su filantropía tuvo también ocasión de manifestarse con los prisioneros de esta nación. Llegaron á la isla de Tenerife 500 soldados y más de 200 oficiales, á sazón que los ánimos estaban irritados por los excesos cometidos en Francia y, sobre todo, por la impiedad de las doctrinas que allí se profesaban en puntos de religión; circunstancia nada favorable, por cierto, para que los prisioneros fuesen tratados con la humanidad que es debida siempre al infortunio. Pero el Obispo logró del Capitán General que gozasen de toda la libertad que fuese compatible con el orden, y que se les abrieran talleres para que se ocupasen y ganasen sus jornales los que quisiesen destinarse al trabajo, convidándolos también á asistir á la celebración de los divinos misterios y al cumplimiento de los deberes religiosos. Dió esto motivo á una correspondencia seguida en latín entre el Obispo y el Cuerpo de Oficiales, representado por un

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