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tudio de los dialectos siriaco y caldeo, como también al del arábigo, tan útil para los que quieren conocer bien la historia nacional. De su profundo saber en las lenguas griega y hebrea tenemos dos testimonios irrecusables: el del Maestro Zamora, helenista célebre de aquella Universidad y Profesor de esta lengua en ella, el cual en el prólogo de la Gramática griega, seguida en aquellos estudios, menciona la afición de Tavira á esta lengua y la amistad que los unía por tal motivo, y el de Bayer en sus Antigüedades samaritanas, el cual le cita también con elogio por su conocimiento en la lengua hebrea.

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Crecía todos los días el aprecio é interés de los hombres de luces por este joven de tan claro ingenio. El Ministro D. Manuel de Roda, que tenía pensamiento de reformar los estudios de la Universidad de Salamanca y había descubierto en la aptitud de Tavira un medio de llevar á cabo su pensamiento, le instaba para que aceptase la cátedra de Vísperas de Teología de la Universidad, en cuyos ejercicios de oposición había obtenido el primer lugar entre los concurrentes, á pesar del grande influjo que tenían entonces los Colegios mayores. Pero habiendo vacado en aquel mismo año en Madrid una Capellanía de honor de las cuatro que tenía su Orden de Santiago, se presentó al concurso. En él sobresalió igualmente entre los demás opositores; y estimulado por las insinuaciones del Rey y de los Príncipes, que manifestaron deseo de tenerle á su lado, optó por esta colocación. D. Manuel de Roda consintió en que abandonase la carrera de cátedras en Salamanca, previendo que podría ser más útil para sus miras que viviese en la Corte. Desde entonces fué el amigo inseparable de Roda. Cuantos asuntos de importancia ocurrían en que pudiese dar

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su dictamen, otros tantos le pasaba el Ministro á informe, confiado en su buen juicio y recta intención. Mas poco tiempo después fué nombrado Predicador del Rey, en cuyo ejercicio logró singular aplauso, no solamente por su sana doctrina y vasto saber, sino tambien por su fácil y grata elocuencia y por otras cualidades de orador de que estaba adornado. Oíale Carlos III con particular gusto, y no contento con los sermones que predicaba en la Corte, le encargaba también que predicase frecuentemente en los cuartos de los Infantes. Solía el Rey decir al Patriarca: Tavira dice la verdad y yo quiero que la oigan mis hijos. A esta circunstancia debió no haber sido envuelto en alguna persecución ó enredo de Corte, después del fallecimiento de Carlos III; pues Carlos IV, que le había mirado con veneración desde su juventud, le conservó siempre el mismo aprecio. Cuando sus enemigos le decían que Tavira era sospechoso en sus creencias, el Rey respondía: Vosotros no le habéis oído sus pláticas é instrucciones. Sin tan firme apoyo, es de creer que la amistad de Jovellanos y la conformidad de pensamientos que los unía le habrían ocasionado graves disgustos, cuando no hubiese perdido del todo la gracia del Soberano. El conocimiento con Jovellanos le hizo de este modo.

Tavira se granjeó muy pronto el aprecio de toda la Corte. Cuantas personas había en ella amantes del saber, buscaban su trato (1). En esta época tuvo prin

(4) Es de sentir que Tavira no haya dejado por escrito el sinnúmero de anécdotas que sabía sobre las Cortes de los Reyes Fernando VI y Carlos III. Su feliz memoria le recordaba sin cesar hechos muy curiosos, de que había tenido conocimiento en su larga mansión en Palacio. El que esto escribe le oyó con indecible placer referir graciosas ocurrencias ó pormenores interesantes que retrataban muy al vivo

cipio la sincera y recíproca estimación que hubo siempre después entre él y los Condes de Montijo y su distinguida familia, apreciadores del mérito, cuya casa fué centro de reunión para lo más escogido entre los literatos de España. Por entonces le anunciaron una mañana la visita de un Abate (1) á quien no conocía. Era D. Gaspar Melchor de Jovellanos, que seguía sus estudios en la Universidad de Alcalá, y que, deseoso de progresar en ellos, venía á buscar el conocimiento y amistad de una persona á quien todos celebraban por sus luces y gusto exquisito. Acogió Tavira al joven Abate con la mayor bondad, y lleno de encanto al ver su deseo de adelantar en instrucción, le habló en esta primera conversación de la excelencia de la lengua griega y de lo muy favorable que era su estudio para la cultura del entendimiento. El coloquio con el sabio helenista produjo en Jovellanos tal afición al griego, que desde entonces se dedicó con empeño á

la fisonomía de aquella Corte y de los principales personajes que se señalaban en ella. La pureza de su castizo lenguaje, la finura y urbanidad de sus modales, el buen gusto y sensatez con que sabía narrar los hechos, daban encanto particular á sus conversaciones. Es de notar que la viva expresión de sus ojos y la pequeñcz de su estatura, realzaban todavía más los chistes ó aventuras que contaba.

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A propósito de la pequeñez de su estatura, era airoso el donaire con que se defendía. Uno de sus sobrinos, que tenía entonces en Palacio, siendo niño y estando poco crecido para la edad que tenía, era objeto de las risas y sarcasmos de sus compañeros: vino, pues, un dia à quejarse á su tío de este desafuero. El Prelado (Tavira era entonces Obispo de Osma) acarició al muchacho y le indicó el modo con que debía responder á las burlas de los otros rapaces. «Mira: cuando te echen en cara que eres pequeño, les dirás que en vez de ser esto defecto, es, por el contrario, perfección; que los espíritus son solamente los que se guardan en pomitos y que el agua se echa en tinajas.»

(1) Llamábase así á la persona que iba vestida de negro con casaca, cuello clerical y capa corta, imitando á los Abates (Abbées) de Francia.

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Tavira fué también quien introdujo á Meléndez Valdés en las mejores casas de Madrid y dió á conocer su mérito al Ministro Roda; por manera que el más célebre de nuestros poetas líricos y el mejor de los prosadores fueron sostenidos por él en los primeros pasos que dieron entrando en el mundo literario. En verdad no podían presentarse en él con mejor padrino. El motivo que tuvo para recomendar el mérito de Meléndez fué su Égloga en alabanza de la vida del campo. Prendado de las bellezas de tan deliciosa composición, sostuvo en la Real Academia Española, de la que era individuo, que merecía ser premiada por ella, como lo fué, con efecto, en 18 de Marzo de 1780. Con no menor delicadeza que acierto caracterizó el verdadero mérito de la égloga, diciendo que toda ella estaba oliendo á tomillo. Desde entonces se vió ya que España tendría también su Anacreonte.

Instáronle repetidas veces, así los Príncipes de Asturias como los Infantes, para que hiciese imprimir algunos de los sermones que predicaba ante ellos, y aun se ofrecieron generosamente á costearle los gastos de impresión; pero su modestia hallaba siempre excusas que alegar para no hacerlo, dando motivos para convencer á las personas augustas que se le mostraban afectas. Decía entre otras cosas, y esto lo ha repetido después muchas veces, que era ya muy grande el nú– mero de libros dados á luz por la imprenta desde su descubrimiento; que convenía no abusar de tan preciosa invención, y que no debería imprimirse sino lo que fuese nuevo y conocidamente útil. Observó esta máxima con tal rigor, que nunca quiso escribir so

bre ninguna materia sino cuando el Gobierno le pedía algún informe ó cuando lo exigían las obligaciones de su estado, imponiendo así silencio á los clamores de la vanidad, que tan ingeniosa suele ser y tan sutil para hallar subterfugios con que ocultar sus intentos. Quizá otras causas meramente políticas le retraerían también de escribir, porque conocía bien el estado de atraso en que se hallaba su país y los riesgos que amenazaban al que quería tratar de cualquier punto, ya fuese de gobierno ó de legislación, ó ya de filosofía, de moral ó de religión. Testigo de frecuentes y no merecidas persecuciones sufridas por los literatos, no quiso exponerse á tener igual suerte. Así es que se le oía decir con frecuencia que el estado de España no permitía hablar con libertad.

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Mas no por haber desdeñado ó temido la gloria de autor, dejó Tavira de ejercer una verdadera magistratura en la república de las letras. Puede asegurarse que no se trató entonces de ninguna empresa importante, sin que fuese parte principal en ella por sus luces ó por sus consejos. Trabajó con Bayer en la corrección é impresión del Salustio, traducido por el Infante Don Gabriel; S. A. R. le regaló tres ejemplares de su magnífica edición por la parte que tuvo en el esmero y atención diligente que recomiendan á tan bella obra. Fué nombrado, con Lardizabal y Jovellanos, para examinar los códices antiguos de nuestra legislación. Con los mismos sabios fué miembro de la Junta formada por el Consejo de Castilla, para tomar conocimiento de las in vectivas y declamaciones del célebre misionero, el P. Cádiz, del Orden de Capuchinos, el cual, predicando en la plaza de Zaragoza, censuró amargamente las conclusiones de Economía política que imprimió el Catedrático Normante con el fin de soste

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