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por decirlo así, del lenguaje continuo del Privado después de la paz de Basilea. Conviene saber que cuando Azara se presentó al Directorio, el Príncipe de la Paz no era ya Ministro, porque los Directores habían logrado indisponerle pasajeramente con Carlos IV, como queda dicho. El mantenimiento de su propio sistema de alianza le parecía, pues, ya entonces, flojedad y lisonja excesiva. En eso estriba su censura. El Presidente del Directorio respondió al Embajador español, diciendo que asegurase al Rey que la República francesa cumpliría fielmente lo tratado, y que estaba animada del más ardiente deseo de contribuir å la prosperidad de la nación española y á la felicidad personal de S. M. Concluyó declarando solemnemente, por lo que respectaba á la persona de Azara, que la República le estaba agradecida.

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Faltaba que tratar solamente en Madrid de la guerra contra Portugal, ó convenir con esta Potencia en las condiciones del Tratado de paz con la República, y en esto el Embajador Truguet halló dificultades que no vinieron de la Corte de Madrid, sino de los manejos de los Directores. El hecho pasó de esta manera. Habiendo resuelto el Directorio que la negociación con Portugal se volviese á abrir en Madrid, partió de París para esta capital una cáfila de agentes que se pretendían más o menos autorizados para intervenir en la materia. Cada uno de los Directores tenía sus clientes, sin que se diesen cuenta unos á otros de los emisarios que empleaban; pero el comisionado verdadero

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del Directorio, el que habiendo sido informado de sus intenciones salió de París para abocarse con el Príncipe de la Paz, fué el llamado Segui, hombre capaz y que conocía bien los manejos de los unos y de los otros. Los agentes todos, y algunos de sus principales, sabían que Portugal pensaba componer el asunto con dinero: por tanto, pensaban sacar algún provecho de la repartición. El Rey Carlos IV había dado orden á su Embajador de aumentar un millón de cruzados á los tres millones prometidos por Portugal, con tal que el Tratado del mes de Agosto anterior fuese ratificado, y ¡cosa singular! una parte de la cantidad aumentada había de salir del Erario español. ¡Tan vivo era el deseo del Rey de impedir la guerra contra los portugueses!

Hallándose de Encargado de Negocios de la República en Madrid el ciudadano Perrochel, antes que llegase allí el Embajador Truguet, el Directorio le autorizó para la negociación y conclusión del Tratado. Luego que el agente Segui se hubo abocado con el Príncipe de la Paz, quiso éste no perder momento para dar principio á la negociación, por ser la brevedad del mayor interés para las tres Cortes; mas llegándolo á entender el Embajador Truguet, declaró formalmente al Ministro de Estado que se opondría á que nadie sino él tratase en esta Corte negociación alguna en nombre del Gobierno francés, mientras que él estuviese revestido del carácter de Embajador, como único representante de la República francesa cerca de S. M. Dióse parte á París de la resistencia del Embajador, la cual puso de mal humor al Directorio contra Truguet, si bien no halló otro medio para darle razón sobre sus pretensiones sino llamar otra vez la negociación á París. En verdad era extraño que otra

persona estuviese autorizada en Madrid á tratar de negocios diplomáticos á presencia del Embajador (1). Lo que acabó de descontentar á los Directores fué un despacho de Truguet, en que avisándoles la entrada de la escuadra inglesa en el Mediterráneo en busca de la expedición salida de Tolón, criticaba altamente el destino de ésta y pronosticaba su malogro. El Directorio se ofendió del desabrimiento ó, por mejor decir, de la acrimonia del lenguaje del Embajador.

Truguet deja su puesto de Embajador.

Determinó, pues, que Truguet dejase su puesto y emprendiese su viaje á Francia; mas él se obstinó en no querer salir de Madrid, por cuya desobediencia le inscribieron en el registro de emigrados. Cuando se resolvió por fin á entrar en Francia, le arrestaron, y lo único que pudo lograr fué el permiso de retirarse á Holanda, desde donde pediría ser borrado del libro de los emigrados. El conducto por donde se supone haber Truguet sabido el proyecto de desembarco en Egipto, fué la Reina María Luisa, á quien se lo había comu

(1) En este desgraciado negocio de Portugal no se vieron más que sórdidos intereses. Azara, que llegó por aquel tiempo como Embajador del Rey á París, no halla expresiones bastantemente enérgicas para desaprobar tan odiosos manejos. «Desde que el mundo es mundo, decía, no había habido negocio tan echado á perder como éste, ni en el que haya habido tantas porquerías, infamias, hurtos y mentiras. Adonde quiera que me vuelvo no veo sino engaños y proyectos de colusión y estafas, de manera que Portugal se presenta á los ojos de muchas gentes como una cucaña adonde todos tienen derecho de pillar el retazo que puedan coger. Un hombre de bien hace muy triste papel entre tales negociadores.» (Carta á D. Francisco Saavedra: 26 de Mayo de 1798.) Hemos ya hecho ver en otras partes la corrupción del gobierno del Directorio. El dinero era la divinidad adorada en aquel tiempo.

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nicado el Príncipe de la Paz, informado por la Corte de Lisboa. Truguet creyó que debía avisarlo al Directorio, y al dar parte del camino de la expedición, censuró vivamente el pensamiento, ya porque su ejecución le pareciese imposible ó sumamente arriesga da por lo menos, ó ya porque habiendo trabajado con ardiente celo, mientras que fué Ministro de Marina, en los preparativos navales para el desembarco en Inglaterra, viese con dolor malogradas sus tareas y su proyecto abandonado por una expedición lejana, que era, en su entender, mucho más peligrosa.

Ninguna mudanza hubo en las relaciones exteriores por la separación del Príncipe de la Paz.

La separación del Príncipe de la Paz de la primera Secretaría del Despacho de Estado no trajo en pos de sí mudanza ninguna esencial en las relaciones políticas entre España y Francia. El Directorio había pedido imperiosamente que este Ministro cesase en la dirección de los negocios públicos, suponiéndole desafecto á la Francia ó infiel en la ejecución del Tratado de alianza. Era, pues, natural que habiendo el Rey accedido á la pretensión del Gabinete aliado, la caída del Ministro no alterase en nada la unión de ambos Gobiernos, y que antes bien la asegurase más. Por otra parte, la estrechez con Francia había venido principalmente de la pusilanimidad del Rey Carlos IV y de su temor continuo de agresiones francesas. El nuevo Ministerio no podía, pues, variar el sistema seguido por el Rey con constancia tan singular.

Proyecto de reforma de las Universidades literarias de España, concebido por el Ministro Jovellanos.

Por lo que hace á la administración interior, se esperaba que los nuevos Ministros promoviesen medidas y planes convenientes para dar vida al cuerpo social. Con efecto, comenzaron á entreverse entonces algunos adelantamientos. Hablaremos más adelante de los planes propuestos por Saavedra, para arreglar los gastos del Erario, mientras que fué Ministro de Hacienda. Ahora diremos el pensamiento que Jovellanos tuvo de plantear la reforma de los estudios de la Universidad de Salamanca y de las demás Universidades del reino, viendo con razón en la reforma de la enseñanza pública un perenne manantial de bienes para el tiempo presente y el venidero.

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Eran nuestras Universidades literarias espejo fiel de la ignorancia que habían traído los tiempos. En ellas se veía lo extraviados que andaban los entendimientos. Pervertidos por falsas ideas, tenían la ignorancia, por ingenio la vana sutileza, por elocuencia y buen gusto las hipérboles y frases vacías de sentido, por conocimientos útiles la jerigonza escolástica. Entre los Cuerpos literarios sobresalía la Universidad de Salamanca, así por la celebridad que gozaba desde tiempos antiguos, como por la señalada predilección que le dispensaron siempre los Reyes: por esto los vicios de la enseñanza se echaban también más de ver en ella. Las verdaderas ciencias no tenían entrada en su santuario. Podrá formarse idea de tan deplorable abandono por las siguientes palabras del famoso Torres: «Todas las cátedras de las Universidades

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La ideas del Min

Tomo XXXII

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