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virazón de Poniente. El 15 y el 16 fueron de Levante fresquitos. Se me habían separado la noche del 9, por tomar una mala larga bordada Sur, los navíos Soberano, de D. Alfonso de Torres, y San Rafael, de D. Pascual Ruiz. Al Soberano le reuní en la bordada del 11, destacando al San Fulgencio y Monarca á que hiciesen cara bien al Sur. El San Rafael, navegando solo y haciendo toda diligencia, como me lo aseguró D. Pascual Ruiz, no pareció delante de Cádiz hasta el 17, amaneciendo á 3 leguas de distancia con viento Poniente, y entró en el puerto á las nueve de la mañana, cuando ya desde algo antes había descubierto la escuadra de Lord San Vicente, de 24 á 26 navíos de línea (no puedo fijar el número por no tener el diario á la vista) y varias fragatas, que fondeó en su estación de 8 á 9 millas de bahía. A su vista, los que los habían dicho Temeridad, temeridad de derrota, dijeron Acierto de derrota, y bien caro pudo costar al navío San Rafael haber hecho la otra de machetear en paralelo encanalados con el estrecho.»

No fué Mazarredo tan sólo el que ensalzó el mérito de la salida de su escuadra: celebráronla también los marinos, admirando que se verificase en seis horas, desde las once de la noche del 6 al 7 de Febrero hasta las seis ó siete de la mañana, aunque el número de los navíos fuese de 22, de 4 fragatas y 3 bergantines. Nadie ignora lo estrecho de la parte fondeable de la entrada para buques mayores: así, pues, emprender la salida con la escasa luz con que se verificó pareció maniobra atrevidísima, tenida hasta entonces por impracticable. Mazarredo, conociendo la dificultad de ella, la mandó en persona desde su falúa á cada buque uno por uno, y después de haber puesto á todos en franquía se retiró á bordo de la fragata Perla.

Un testigo ocular de esta operación naval dice que si fué grande la sorpresa del pueblo de Cádiz al ver que la escuadra no estaba en el puerto al amanecer del 7, no fué menor la de Lord San Vicente cuando recibió en Lisboa la noticia de la salida, pues vió que su enemigo tenía la sagacidad necesaria para aprovecharse de cualquier descuido, y que sin la diferencia de vientos entre la escuadra inglesa, que estaba en alta mar, y la española, que se hallaba más cerca de tierra, el 7 de Febrero habría sido tan feliz para nuestras armas, como fué desgraciado el 14 de Febrero del año anterior sobre el Cabo de San Vicente, y que no quedaba otra alternativa que abandonar el bloqueo ó mantenerle con muchas fuerzas é inmensos gastos. Con efecto, no dejó Mazarredo de hacer salir del puerto bloqueado varias expediciones para nuestras Américas, como la de los navíos San Ildefonso y San Fulgencio para Veracruz, y 4 fragatas con un batallón de Guardias valonas, que condujo á Surinam al desgraciado D. Ramón Emparán. En seguida salió también de Cádiz para Veracruz el navío de línea El Monarca, que llevó al Virrey de Nueva España, D. Miguel José de Azanza, con otras dos fragatas de guerra y una mercante, cuya partida de noche, entre el grueso y una división avanzada de la escuadra enemiga, se verificó felizmente, mediante las acertadísimas disposiciones del General y buenas maniobras de D. Justo Salcedo, Comandante de El Monarca, y de los Capitanes de las fragatas en ejecución de aquéllas, burlando completamente la vigilancia de la escuadra inglesa. En ésta se había brindado entre los Oficiales á la presa de El Monarca y demás buques de cuya próxima salida tenían aviso.

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al Embajador del Directorio, que estaba decidido á conseguir lo que se le prescribía por sus instrucciones, consintió en la expulsión de todos los emigrados franceses de España, en la cual Truguet insistía con tono tan imperioso. El decreto del Rey decía así:

Real decreto por el cual se manda que los emigrados franceses salgan de España.

<<La notoria importancia de conservar sin la menor alteración la amistad, alianza y buena armonía que felizmente subsiste entre las dos Potencias de España y Francia, unidas igualmente con los lazos de su interés recíproco y común, exige que los ciudadanos franceses encuentren en mis dominios quietud, protección y buena acogida. Pero muchos emigrados de la misma nación, á quienes se concedió la hospitalidad en éstos mis reinos, de ningún modo han correspondido á mis esperanzas, y antes bien han buscado todas las ocasiones de turbar la tranquilidad, manifestando abiertamente su encono contra los ciudadanos franceses y contra el Gobierno de su nación, y aun han procura do indisponer con ellos á mis amados vasallos, inflamando sus ánimos con motivo de las ocurrencias actuales, sin que hayan bastado para contenerlos las providencias que hasta ahora he tomado. Deseando, pues, como es justo, cortar de raíz un mal tan pernicioso y prevenir sus funestas consecuencias, es mi Real voluntad que todos los emigrados franceses salgan de mis dominios cuanto antes sea posible; y para no negarles enteramente la hospitalidad que hasta ahora se les ha dado, en consideración á su miseria, permitiré que pasen los que quisieren á la isla

de Mallorca, donde podrán recibir los auxilios de sus amigos ó parientes. Tendréislo entendido y lo comunicaréis á quien corresponda para su más exacto cumplimiento. Señalado de la Real mano.-En Aranjuez á 23 de Marzo de 1798.—Al Príncipe de la Paz.»

El Embajador francés insiste en la separación de D. Manuel
Godoy, la cual se verificó con efecto.

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El Embajador francés no quedó satisfecho con esta condescendencia; y como no se hubiese aún decidido cosa alguna en punto á operaciones navales, ni descubriese tampoco esperanza de emprender la guerra contra Portugal, puso por obra sus instrucciones y acometió de frente al Privado, entregando al Rey en mano propia una carta de su Gobierno en que se hallaban, según se dijo, avisos saludables á que no estaba acostumbrado el Monarca español. Las Memorias de aquel tiempo, escritas por franceses, dicen que Carlos IV debió hallar en dicha carta una revelación muy propia para turbar la paz doméstica de cualquier otro Príncipe. Tenemos esto último por inverosímil. Lo que no parece dudoso es que en ella se pedía directa ó indirectamente que el Príncipe de la Paz fuese separado de los negocios. Dado este paso, la caída del favorito, es decir, su cesación en el Ministerio, era inevitable. El Rey y la Reina no podían tener la firmeza necesaria para resistir á las exigencias del Directorio. Temerosos de las funestas resultas que podría traer para ellos cualquiera desavenencia con los republicanos, se resolvieron á complacerles. Mas para que el sacrificio llevase el carácter de acción espontánea de parte del Ministro, se dejaron pasar algunos

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días, al cabo de los cuales hizo dejación del Ministerio de Estado y de la Sargentía Mayor de Guardias de Corps: en aquél le sucedió D. Francisco Saavedra, Ministro de Hacienda, y en ésta el Marqués de Ruchena.

La víspera del día en que el Príncipe de la Paz dejó el Ministerio, fué á ver al Embajador de Francia y se explicó con él en términos que no manifestaban intención de salir de aquel puesto; pero al día siguiente se anunció públicamente su retiro. Por el decreto que insertó la Gaceta de Madrid, se ve que el Rey consentía en este sacrificio por motivos á que no le era posible resistir. Decía así:

Real decreto.

«El Rey nuestro Señor se ha servido expedir el decreto siguiente, escrito de su propio puño al Excelentísimo Sr. Príncipe de la Paz:

>Atendiendo á las reiteradas súplicas que me habéis hecho, así de palabra como por escrito, para que os eximiese de los empleos de Secretario de Estado y de Sargento Mayor de mis Reales Guardias de Corps, he venido en acceder á vuestras reiteradas instancias eximiéndoos de dichos empleos, nombrando interinamente á D. Francisco Saavedra para el primero, y para el segundo al Marqués de Ruchena, á los que podréis entregar lo que á cada uno corresponda, quedando vos con todos los honores, sueldos, emolumentos y entradas que en el día tenéis, asegurándoos que estoy sumamente satisfecho del celo, amor y acierto con que habéis desempeñado todo lo que ha corrido bajo vuestro mando, y que os estaré sumamente agradecido mientras viva, y que en todas ocasiones os daré prue

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