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su inteligencia. Ademas supuesto que él antes de incoarse la causa se prestaba á todas las aclaraciones que pudieran desearse, la prudencia indicaba terminar este litigio por las reglas de la caridad evangélica, y no hacer bulla y ruido con tan poco crédito, de sus perseguidores como escándalo de la iglesia española, y desdoro de la venerable silla de Toledo.

En cuanto á Guerrero arzobispo de Granada, y Gorrionero obispo de Almería, que habiendo aprobado el catecismo le censuraron despues, lamentamos la situacion angustiosa que los puso en tal conflicto (1) al paso que respetamos su memoria por la merecida fama que alcanzaron en su tiempo; pero con los grandes perseguidores de Carranza, tales como el Inquisidor General Valdés y sus compinches, que no tuvieron otro interés que saciar su ambicion, y que hicieron tráfico de la religion y de la conciencia para levantar su fortuna sobre la ruina de un hombre de bien, no hay que guardar consideracion alguna, sino cargarlos de recio á los ojos de la posteridad y delatarlos á la execracion de los venideros. De los Papas, y principalmente del inmortal S. Pio V, pudieron aprender la suavidad de trato, el consuelo en la desgracia, la imparcial escrupulosidad en el exámen de la causa, y el vivo deseo que mostraron de que no se empañara el lustre de la silla Primada de las Españas en la persona del que estaba sentado en la cátedra de los Eugenios é Ildefonsos. Con otra manera de incoar la causa y de proseguirla, como así lo quisieron y recomendaron

(1) A estos dos prelados, dice Llorente, por solo haber aprobado el catecismo de Carranza, á pesar de que despues se retractaron, les formó causa la Inquisicion.

los Sumos Pontífices, no tendria ahora la historia por tarea mas fácil absolver á Carranza que absolver á los Inquisidores.

En lo demas este es un ejemplo vivo de que los talentos y aun la virtud son mas ocasionados á la desgracia, que la ignorancia y la intriga; y tambien una leccion dura para el mismo Carranza, el cual en medio del silencio y estrechez de su cárcel pudo saborear muy á su espacio cuan amarga es la persecucion, mucho mas si va acompañada del remordimiento de haber perseguido á los otros.

APENDICE DE DOCUMENTOS.

“Prision de el Arzobispo de Toledo D. Fray Bartolomé de Carranza, religioso de la sagrada órden de predicadores, natural de Miranda en el reino de Navarra, sucedida en 22 de agosto, año de 1559. Escrita de órden del Rey D. Felipe II por el cronista Ambrosio de Morales, para poner en la librería del Real convento del Escorial.

Al principio del mes de agosto como se divulgase por cierta la venida del Rey Felipe II de los estados de Flandes á estos dominios, aunque despues salió falsa, el arzobispo que se hallaba entonces en Alcalá de Henares empezó á disponer su viaje para ir á recibir á su Majestad, y al mismo tiempo le llegó un espreso con carta de la Serenísima Princesa Doña Juana en que le mandaba pasase luego á Valladolid para hallarse allí cuando el Rey llegase. No sospechó nada de esta diligencia el arzobispo, pues en la realidad dió órden para que pusiesen mas priesa en todas las disposiciones para el viaje, y la familia estaba toda muy regocijada previniendo lo mejor que cada uno tenia para el camino.

Muchos tuvieron por cierto que si el arzobispo hubie

ra obedecido el órden de la Princesa y partidose luego sin interponer la menor dilacion, que hubiera llegado á Valladolid sin que nada le sucediese, y que en aquella ciudad se trataria de su dependencia con honestidad y sin escándalo; pero que como vieron que se iba deteniendo, en castigo de su rebeldía se determinó su prision.

Miércoles á nueve de agosto bien de mañana entró en Alcalá corriendo la posta D. Rodrigo de Castro hermano del Marqués de Sarria, y se apeó en las casas arzobispales. En lo público dió al arzobispo una carta de la Princesa en la cual S. A. le mandaba que lucgo al punto se partiese sin detenerse en prevenirse, y que no tuviese cuidado del alojamiento porque S. A. le tendria dispuesto el cuarto; pero en lo secreto siempre se creyó llevaba instruccion y despachos para todo lo que se ejecutó en caso que el arzobispo se detuviese. Aquel dia comió D. Rodrigo de Castro con el arzobispo, y entró despues á descansar en el cuarto de D. Pedro Manrique su camarero, que era en las cuadras bajas del jardin; y sintiéndose con alguna indisposicion ocasionada de los calores y cansancio del camino se quedó aquella tarde en la cama, y tambien los tres ó cuatro dias siguientes, donde le visitaron los médicos; y el arzobispo con este motivo le pidió se quedase hasta partir con él, llevando con esto la mira de detener el viaje. Concedióselo D. Rodrigo, y así mandó volver un mayordomo que le habia enviado su hermano el obispo de Cuenca con una litera y caballerías para que pasase á curarse donde él estaba, que era diez leguas de allí.

La partida del arzobispo se iba disponiendo, y el jue– ves á 10 de agosto, dia de San Lorenzo, se hizo por su mandado una procesion solemne desde la iglesia de los santos mártires San Justo y Pastor al monasterio de San

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