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« estas notables espresiones: « En cuanto á « nosotros, (los ingleses) de ninguna mane«ra estamos dispuestos á reconocer estos «< gobiernos revolucionarios. » ¿Decia ver« dad?

« He debido, señor vizconde, citaros al <<< pie de la letra esta importante conversa<<<cion; pero de todos modos no debemos « disimular que la Inglaterra tarde ó tem<«<prano reconocerá la independencia de las <«< colonias españolas, porque la opinion «pública y el movimiento de su comercio « le obligará á ello. Ella ha hecho ya, de << tres años á esta parte, gastos considera«<bles para establecer secretamente rela<«ciones con las provincias insurrecciona<«< das al mediodía y al norte del istmo de « Panamá.

« En resúmen, señor vizconde, he en« contrado en el marqués de Londonder«ry á un hombre de talento, de una fran« queza quizá un poco dudosa y todavía <«< imbuido en el antiguo sistema ministerial; « á un hombre acostumbrado á una diplo«macía sometida, y sorprendido, sin ha« berse ofendido, de un lenguaje mas dig«no de la Francia; y á un hombre, en fin, <«< que no podia privarse de una especie de « admiracion al hablar con uno de aque<«<llos realistas que, siete años hace, se le << representaba como uno de los locos ó « imbéciles.

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MM. Usquin, Coppinger, Deliége y Piffre. Pero acaso, identro de algunos arios seremos nosotros mas conocidos que estos señores? Habiendo muerto en América un tal Bonnet, todos los Bonnets de Francia me escribieron para reclamar su sucesion; todavía me escriben estos verdugos! Tiempo seria ya de que me dejaran tranquilo; pero por mas que les contesto que habiendo sobrévenido el pequeño accidente de la caida del trono, ya no me ocupo de este mundo, ellos estan firmes y quieren heredar á toda costa.

En cuanto al Oriente, se trató de retirar los diferentes embajadores de Constantinopla. Preví que la Inglaterra no seguiria el movimiento de la alianza continental, y lo anuncié á Mr. de Montmorency. El rompimiento que se habia temido entre la Rusia y la Puerta no aconteció, porque la moderacion de Alejandro retardó el suceso. Relativamenteá esto, tuve que hacer muchos viajes, y aguzar la sagacidad y el raciocinio, escribiendo muchos pliegos que fueron á enmohecerse en nuestros archivos con el informe de los acontecimientos que no tuvieron lugar. Á lo menos tenia la ventaja sobre mis cólegas de no dar ninguna importancia á mis trabajos; asi es que los veia sin cuidado caer en el olvido con todas las ideas perdidas de los hombres.

El parlamento volvió á empezar sus sesiones el 17 de abril; el rey regresó el 18, y le fui presentado el 19. Di cuenta de esta presentacion en mi despacho del 19, que terminaba asi:

« S. M. B., por su conversacion cerra «da y variada, no me ha dejado dueño de <<< decirle una cosa que el rey me habia en« cargado especialmente, pero va á pre<< sentarse la ocasion favorable y próxima << de una nueva audiencia. >>>

CONVERSACION CON JORGE IV SOBRE MR.
DECAZES.-NOBLEZA DE NUESTRA PO-
LÍTICA EN TIEMPO DE LA LEGITIMI-
DAD.-SESION DEL PARLAMENTO.

Esta cosa que el rey me habia especialmente encargado cerca de Jorge IV era relativa al duque Decazes. Mas tarde cumplí mis órdenes y dije á Jorge IV que Luis XVIII sentia la frialdad con que habia sido recibido el embajador de S. M. cristianísima. Jorge IV me respondió.

«Escuchad, señor de Chateaubriand, « yo os lo confesaré todo: la mision de << Mr. Decazes no me gustaba, porque era << obrar conmigo un poco descortesmente. « Unicamente la amistad que me une con « el rey de Francia me ha hecho tolerar « un favorito que no tiene otro mérito « que el del afecto que le profesa su due«ño. Luis XVIII ha contado mucho con << mi buen deseo, y ha tenido razon; pero «no he podido ser indulgente hasta tratar « á Mr. Decazes con una distincion que <«< hubiera ofendido la Inglaterra No obs<< tante, decid á vuestro rey que estoy en<< terado de lo que os ha encargado hacer<< me presente, y que tendré siempre una <«< particular satisfaccion en asegurarle mi << verdadera amistad. >>

Animado por estas palabras, espuse á Jorge IV todo lo que me ocurrió á favor de Mr. Decazes, y él me respondió medio en francés y medio en inglés: «A mer« veille! you are a true gentleman.» Cuando regresé á Paris, referí esta conversacion á Luis XVIII, y me pareció que estaba reconocido. Jorge IV me habia hablado como un príncipe bien educado, pero como un carácter ligero, y estaba sin cuidado porque pensaba en otra cosa. Sin embargo era preciso ir con tiento en jugar con él uno de sus compañeros de mesa

habia apostado que suplicaria á Jorge IV
que tirase el cordon de la campanilla y
que obedeceria; realmente Jorge IV lo
hizo, pero dijo al gentleman de servicio:
<< Plantad al señor en la calle. »>
La idea de volver la fuerza y
el es-
plendor á nuestras armas me dominaba
siempre. El 13 de abril escribia á Mr. de
Montmorency: «Señor vizconde, me ha
<< ocurrido nna idea que someto á vuestro
<< dictámen encontrariais á. mal que ha-
<« blando familiarmente con el príncipe
«Esterhazy, le hiciera entender que si el
<< Austria tenia necesidad de retirar una
«parte de sus tropas, podríamos nosotros
<< reemplazarlas en el Piamonte? Algunos
<< rumores esparcidos sobre una primera
<< reunion de nuestro ejército en el Delfi-
<< nado, me ofrecerian un testo favorable.
« Yo habia propuesto al antiguo ministe -
<< rio el poner guarnicion en Turin, cuan-
«<do la revolucion del mes de junio de 1821
«(véase uno de mis despachos de Berlin;)
«< pero rechazó esta medida y creo que co-
<< metió una falta capital en esto. Persisto
<«<en creer que la presencia de algunas
<< tropas francesas en Italia produciria un
« grande efecto en la opinion, y que el go-
«bierno del rey reportaria mucha glo-
«ria. »

Sobran pruebas de la nobleza de nuestra política durante la Restauracion; pero ¿qué les importa á los partidos? No he leido todavía esta mañana en un periódi co de la izquierda, que la alianza nos habia obligado á ser sus gendarmes y á hacer la guerra á la España, siendo asi que hay el Congreso de Verona y que los documentos diplomáticos prueban de un modo irrecusable que toda Europa, á escepcion de la Rusia, no queria esta guerra; que no solamente no la queria, sino que la Inglaterra la rechazaba abiertamente y que el Austria nos contrariaba en secreto con las medidas menos nobles?

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Lord John Russell hizo, el 25 de abril, en la cámara de los comunes, una propo sicion sobre el estado de la representacion nacional en el parlamento, y Mr. Canning la combatió. Este propuso á su vez un proyecto de ley relativo á una parte del acta que priva á los pares católicos de su derecho de votar y de tomar asiento en la cámara. Yo asistí á esas sesiones sobre la saca de lana, en la que el speaker me hizo sentar. Mr. Canning en 1822 estaba en la sesion de la cámara de los pares que rechazó su proyecto de ley y se ofendió de una frase del anciano canciller, quien, hablando del autor del proyecto, esclamó con desden: «Se asegura que parte «para Indias: « Ah! que vaya, ese beallo gentleman! (this fine gentleman!) qué <«< vaya! buen viaje!» Mr. Canning me « dijo al salir: «Yo le hallaré otra vez. »> Lord Holland habló muy bien, sin recordar no obstante á Mr. Fox. Daba vueltas sobre sí mismo, de modo que con frecuencia presentaba la espalda á la asamblea y dirigia sus frases á la pared. Solia esclamar: «< Hear! hear!» pero esta originalidad no ofendia.

En Inglaterra, cada cual se espresa como puede, la cratoria no se conoce ni se parece en nada á la voz y declamacion de los oradores: se escucha con paciencia y no se ofende cuando el que tiene el uso de la palabra no tiene facilidad en producirse; y que furfulle, titubee ó busque sus palabras, se encuentra que ha hecho a fine speech si ha dicho algunas frases de buen sentido. Esta variedad de hombres que permanecen tales como les ha hecho

naturaleza, acaba por ser agradable y hace desaparecer la monotonía. Es cierto que no hay mas que un número muy rẻ ducido de lores y de individuos de la cámara de los comunes que se levanten, mientras que nosotros colocados siempre sobre un teatro, peroramos y gesticulamos como muñecos graves. El tránsito de la secreta y silenciosa monarquía de Berlin á la pública y ruidosa de Londres era para mí un estudio útil, porque se podia sacar alguna instruccion del contraste de dos pueblos en los dos estremos de la escala.

SOCIEDAD INGLESA.

La llegada del rey, la apertura del parlamento y el principio de la temporada de las fiestas, confundian los placeres, los negocios y los deberes, y á los ministros no se les encontraba sino en la corte, en el baile ó en el parlamento. Para celebrar el aniversario del nacimiento de S. M., comí en casa de lord Londonderry y en la galería del lord-maire que subia hasta Richemond; yo prefiero el Bucentoro en miniatura á la armería de Venecia, que no se apoya mas que en el recuerdo de los Dux y de un nombre virgiliano. En otro tiempo, emigrado, flaco y medio desnu do, me divertia, sin ser Scipion, en echar piedras al agua, á lo largo de aquel rio en el que se deslizaba la barca ancha y bien abrigada del lord major.

Tambien comí en el Este de la ciudad en casa de Mr. Rostchild, de la rama segunda de Salomon: ¿en donde no comí yo? El roast-beef igualaba la presencia de la torre de Londres; los pescados eran tan largos que no se les veia la cola; y las señoras, que no vi mas que allí, cantaban como Abigail. Yo me bebia el vino de Hungría no lejos de los lugares que

mé vieron echarme al coleto el agua á cántaros y casi morir de hambre; y echado en la testera de mi suave carruaje, sobre almohadillas de seda, veia aquel Westminster en el cual habia pasado una noche encerrado, y á cuyo alrededor me habia paseado lleno de lodo con Hingant y Fontanes. Mi palacio, que me costaba 30,000 francos de alquiler, estaba á la vista de la buhardilla, en la cual dí asilo á mi primo de la Bouetardaye, cuando, con la toga encarnada, tocaba la guitarra sobre un catre prestado.

ciones del abatimiento; un mechọn de cabellos al aire, mirada profunda, sublime, estraviada y fatal; labios contraidos, como desdeñando la especie humana; y ánimo displicente, bironiano, abismado en el disgusto y en el misterio de la existencia.

Hoy, ha variado todo; el dandi debe tener un aire conquistador, ligero é insolente; debe cuidarse, componerse, y llevar bigote ó una barba redondeada como la gorguera de la reina Isabel, ó como el disco radioso del sol; manifestar la noble independencia de su carácter, permaneciendo con el sombrero puesto, echado sobre los sofás y alargando sus botas á las narices de las señoritas sentadas en sillas con admiracion delante de él; y montar á caballo con baston, llevándole como un cirio, indiferente al caballo que está entre sus piernas por casualidad. Es necesario que su salud sea perfecta y su alma al colmo siempre de cinco ó seis felicidades. Algunos petrimetres radicales, los mas adelantados hácia el porvenir, tienen una pipa.

Ya no se trataba de aquellos bailes de emigrados en los que bailábamos al son del violin de un consejero del parlamento de Bretaña, sino que era Almack's dirigido por Collinet quien hacia mis delicias y el baile público bajo la proteccion de las mas grandes señoras del Oeste. Alli se encontraban los ancianos y jóvenes petrimetres entre los primeros brillaba el vencedor de Waterloo, que paseaba su gloria como un lazo tendido á las mugeres por en medio de las cuadrillas; y al frente de los segundos distinguíase á lord Clamwil- Pero sin duda todas estas cosas han vaJam, que se decia ser hijo del duque de riado al mismo tiempo que las describo. Richelieu. Este hacia cosas admirables: Dícese que el elegante de ahora no debe iba á caballo á Richemond y volvia á ya saber si existe, si el mundo es este, si Almack's despues de haberse caido dos hay en él mugeres, y si debe saludar á su veces, y tenia un cierto modo de pronun- prójimo. No deja de ser curioso encontrar ciar á la manera de Alcibiades que encan- otra vez el tipo del elegante en tiempo de taba. Cambiando en la alta sociedad de Enrique III: «Aquellos lindos validos, Londres, casi en cada sesion parlamenta - «< dice el autor de la Isla de los Hermafro ria, los tonos de las palabras y las afecta- «dilas, llevaban los cabellos un poco larciones de lenguaje y de pronunciacion, «gos, rizados, que subian por encima de un hombre honrado se sorprende de no << sus gorritas de terciopelo, como hacen saber el inglés que creia saber seis meses << las mugeres, y sus lechuguillas de tela antes. En 1822, el jóven elegante debia« de adorno almidonadas y de medio pié al primer golpe de vista manifestar un << de longitud; de manera que al ver sus hombre desgraciado y enfermo; debia te- <«< cabezas encima de sus cuellos alechuganer algun descuido en su persona, las «dos, parecia que hubiera la cabeza de nñas largas, la barba ni entera ni afeita- «S. Juan en un plato. da, sino crecida en un momento por sor. presa, por olvido, durante las preocupa

<< Para ir á la cámara de Enrique III <<< marchaban meneando de tal manera el

gar; fuera de esto, nada sabe y oculta la escasez de sus ideas con la abundancia de palabras. Cuando se encuentra con personas de mérito, su esterilidad se calla y re

«cuerpo, la cabeza y las piernas, que yo «< creia á cada instante que se iban á caer... « Y encontraban este modo de andar mas << bello que otro alguno. »> Todos los ingleses son locos por natura- viste su nulidad con un aire superior de leza ó por tono.

Lord Clamwiliam ha corrido ligero: le hallé otra vez en Verona y llegó á ser embajador de Inglaterra en Berlin despues que yo. Ambos seguimos por un momento el mismo camino, aunque no llevábamos el mismo paso.

En Londres nada tenia mejor éxito que la insolencia; testigo de ello es Dorset, hermano de la duquesa de Guiche, el cual se habia puesto á galopar en Hyde-Park, á saltar las barreras, á jugar y tutear sin cumplimiento á los elegantes: tenia un éxito sin igual, y para llenar la medida, acabó por robar toda una familia, padre, madre é hijos.

Las ladys mas á la moda me gustaban poco, sin embargo habia entre ellas lady Gwidir que era encantadora y se parecia á las francesas en el tono y en las maneras. Lady Jersey conservaba toda su hermosura, y en su casa encontré la oposicion. Lady Conyngham pertenecia á la oposicion y el rey mismo guardaba una secreta inclinacion por los antiguos amigos de ella. Entre las protectoras de Almack's se distinguia la esposa del embajador de Rusia.

La condesa de Lieven habia tenido cuentos bastante ridículos con Mme. de Osmond y Jorje IV. Como era atrevida y pasaba por estar bien en palacio, se habia hecho en estremo elegante. Se le creia de talento, porque se suponia que su esposo no lo tenía, lo que no era cierto, pues Mr. de Lieven era muy superior á su esposa. Esta, de cara aguda y de pocos amigos, es una muger comun, pesada, árida que no tiene mas que un solo género de conversacion, el de la política vul

enojo, como si tuviera el derecho de enojarse: caida por efecto del tiempo y no pudiendo prescindir de mezclarse en algo, la viuda de los congresos desde Verona ha venido á dar en Paris, con permiso de los magistrados de Petersburgo, una representacion de puerilidades diplomáticas de otro tiempo. Sostiene correspondencias privadas y ha parecido muy eficaz para casamientos fallidos. Nuestros novicios á toda prisa han acudido á sus salones para aprender el hermoso mundo y el arte de los secretos; le confian los suyos, que divulgados por ella, se convierten en sordos crímenes. Los ministros y los que aspiran á serlo, están muy engreidos de ser protegidos por una señora que ha tenido el honor de ver á Metternich á las horas en que el grande hombre, para descansar del peso de los asuntos, se divertia en deshilar la seda. A Mme. de Lieven le esperaba en Paris el ridículo: un doctrinario circunspecto ha caido á los piés de Omfala: «Amor, tu perdiste á Troya.»

En Londres se distribuia el dia del modo siguiente: á las seis de la mañana se iba á una partida elegante, que consistia en un primer desayuno en el campo; se regresaba á almorzar en Londres; se variaba de traje para el paseo de BundStreet ó de Hyde-Park; se vestia de nuevo para comer á las siete y media; volvíase á vestir para la Opera, y á media noche, se vestia otra vez para una tertulia ó un raout. ¡Qué vida tan deliciosa ! Yo hubiera preferido cien veces las galeras. El supremo buen tono era de no poder entrar en los pequeños salones de un baile particular, de permanecer en la escalera, obstruida por la multitud, y de

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