La Diana enamorada: cinco libros que prosiguen los siete de Jorge de Montemayor

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Sancha, 1802 - 523 páginas

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Página 137 - Huye ya, y mira que siento por ti dolores sobrados; porque con doble tormento celos me da tu contento y tu peligro cuidados. »En verte regocijada celos me hacen acordar de Europa, ninfa preciada, del toro blanco engañada en la ribera del mar. »Y el ordinario cuidado hace que piense contino de aquel desdeñoso alnado, orilla el mar arrastrado, visto aquel monstruo marino.
Página 196 - Las mansas ovejuelas van huyendo los carniceros lobos, que pretenden sus carnes engordar con pasto ajeno. Las benignas palomas se defienden y se recogen todas en oyendo el bravo son del espantoso trueno. El bosque y prado ameno, si el cielo el agua clara no le envía...
Página 125 - Estaba sembrado este lugar de verdes hierbas y olorosas flores, de los pies de ganados no pisadas , ni con sus dientes descomedidamente tocadas. En medio estaba una limpia y clarissima fuente, que del pie de un...
Página 141 - Licio mucho más le hablara, y tenía más que hablalle, si ella no se lo estorbara, que con desdeñosa cara al triste dice que calle. Volvió á sus juegos la fiera, y á sus llantos el pastor, y de la misma manera ella queda en la ribera y él en su mismo dolor.
Página 136 - Y está cierto, porque amor Sabe desde que me hirió, Que para pena mayor Me falta un competidor Más poderoso que yo. Deja la seca ribera, Do está el alga infructuosa: Guarda que no salga afuera Alguna marina fiera Enroscada y escamosa. Huye ya, y mira que siento Por ti dolores sobrados; Porque con doble tormento Celos me da tu contento Y tu peligro cuidados. En verte regocijada Celos me hacen acordar De Europa, ninfa preciada, Del toro blanco engañada En la ribera del mar.
Página 138 - No escuchas dulces concentos, sino el espantoso estruendo con que los bravosos vientos, con soberbios movimientos, van las aguas revolviendo. Y tras la fortuna fiera son las vistas más suaves ver llegar a la ribera la destrozada madera de las anegadas naves.
Página 128 - Febo el trabajo acostumbrado. Dichoso el que seguro y sin recelo De ser en fieras ondas anegado. Goza de la belleza de tu prado Y del favor de tu benigno cielo. Con más fatiga el mar sulca la nave Que el labrador cansado tus barbechos. ¡Oh, tierra! antes que el mar se ensoberbezca. Recoge a los perdidos y deshechos.
Página 415 - Si tuviera, cual tiene la Fortuna, la dulce poesía varia rueda, ligera y más movible que la luna, que ni estuvo, ni está, ni estará queda, en ella, sin hacer mudanza alguna, pusiera sólo a MICER ARTIEDA, y el más alto lugar siempre ocupara, por sciencias, por ingenio y virtud rara.
Página 428 - La segunda parte de Orlando, con el verdadero sucesso de la famosa batalla de Roncesvalles. fin y muerte de los doze Pares de Francia i dirigida al muy ¡Ilustre señor don Pedro de Centellas conde de Oliva, &c.
Página 60 - Berardo, el mal que siento es de tal arte, que en todo tiempo y parte me consume, el alma no presume ni se atreve; mas como puede y debe comedida le da la...

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