El mito del alma: ciencia y religión

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Siglo XXI de España Editores, 2000 - 573 páginas
Este libro desea mostrar que el eje en torno al que debe dilucidarse la cuestión del fenómeno religioso no es el concepto y la existencia de dioses –que no son más que imaginarios referentes secundarios y derivados de reelaboraciones del animismo prehistórico y la superstición dualista, ampliamente explicados en Ateísmo y Religiosidad (Siglo Veintiuno de España Editores, 1997)–. Dicha cuestión se ventila en el ámbito de las actuales relaciones de la ciencia con la religión: es decir, la necesidad de saber si, además de la materia y sus productos, existen espíritus o factores inmateriales constitutivos de un plano animista superior al de la realidad natural (mundo físico), situado por encima de la naturaleza y sus leyes –descubiertas y sistematizadas por el progresivo avance de la ciencia–, que se subordina a una supuesta sobrenaturaleza (mundo espiritual). Este imaginario plano ontológico de lo sobrenatural subyace y a la vez interviene en la naturaleza, orientándola, alterándola o suspendiéndola conforme a los propósitos y proyectos de los entes que se manifiestan en el fenómeno religioso en sus diversas figuras. La religión garantiza ilusoriamente la creencia en la eternidad de la vida, y en la cancelación de la muerte. El espíritu instaura un universo inmaterial, celeste y eterno que equivale al paradigma o prototipo de los llamados fenómenos paranormales en la naturaleza de nuestras propias vidas materiales del mundo presente, imponiendo la certeza de la escisión dualista (materialismo-espiritualismo) en cuyo seno discurre nuestra existencia. Frente a esta superstición generadora de un mundo de carácter esquizoide, el materialismo unitario representa la concepción científica de la realidad. La actividad de la ciencia camina con paso acelerado y seguro hacia la radical supresión del sobrenaturalismo, tanto en la expresión evolutiva de sus formas sacrales como en la proliferación actual de sus formas secularistas. El ateísmo hay que definirlo hoy, en su generalidad, como la irreligiosidad.

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